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Agua helada

Desde hace unos meses, he retomado aquella costumbre de mi adolescencia de cerrar el agua caliente después del baño con agua tibia y abrir a tope el agua helada para despertar. La verdad es que, después de hacerlo, me siento mejor. Ahora en invierno, sale verdaderamente rica.

Publicado previamente en Golfa.mx

El año pasado fue así. De pronto, el agua caliente se acabó, y de estar templado y a gusto, de forma repentina (aun sabiendo que el agua caliente podía terminarse en cualquier momento), llegó el agua fría de golpe, y en forma relativamente inesperada se activaron todas las neuronas de mi ser. Todas las sensaciones llegaron en estampida, algunas buenas y otras, las más conscientes, las más importantes, completamente desagradables.

Este balde de agua helada no fue voluntario. No es que fuera totalmente sorpresivo; pude prepararme un poco, si es que hay preparación para ello. No fue el terminar de afeitarme, sino el descubrir que tú ya no estabas. Tu ausencia es dolorosa, como el frío que cala los huesos. No es un dolor que se vuelva placentero; no hay liberación de endorfinas, ni desinflamación de músculos. Parece que te acostumbras a él, aprendes a vivir con él, pero no siempre es así; por momentos se agudiza.

Agradezco haberte tenido casi 44 años, tus enseñanzas y tus silencios, pero nunca habrán sido suficientes. Puedo empalagarme de un pastel, saciarme hasta la náusea de comida, embriagarme con vino y hasta hartarme de viajar, pero nunca me hubiera cansado de ti. Tuvimos, como toda relación y particularmente, en toda relación padre e hijo, dificultades, pero no, jamás me hastié. Siempre quise más de ti.

He de decirte que extraño tus silencios, esos que a veces me desesperaban, pues odio este silencio forzoso. No eras hombre de muchas palabras, pero siempre tenías LA PALABRA. Te lo dije cientos de veces y no serán nunca suficientes: te amo, te admiro, te extraño.

Pero retomemos el baño helado. El 2023 comenzó con él, porque febrero es apenas el inicio del año si pensamos en enero como el despertar del aletargamiento anual; aunque, para ser sinceros, nos diste algunos sustos que nos despertaron de forma algo agitada.

Y este año, en mi despertar, he hecho grandes cambios que se concibieron desde el 2023, aunque se planearon desde antes, porque como siempre, tú, sí, tú, tuviste que ver en ellos.

Siempre recordaré aquella conversación. Era octubre del 2021 y nos fuimos a tomar un café. Yo necesitaba hablarte, pero no sabía cómo, de la manera en que me estaba sintiendo. Tú, sin decir agua va, lanzaste la pregunta de cómo estaba, cómo iba el consultorio, cómo me sentía.

Tú y mamá sabían, sin necesidad de que se lo dijera, que algo había cambiado. La pandemia había demolido mi sueño, lo había mandado al piso. Y a los 42 años me enfrentaba a tener que volver a comenzar. No, no era lo económico ni la posición social; nunca perseguí esos objetivos cuando me planteé desde el kinder ser médico, ni cuando tú me lo hiciste ver a los 17 años antes de perseverar obstinadamente en buscar mi sueño de ser médico. Había algo, en lo que no entraré hoy a detalle, que no estaba encontrando. Tenía tanto miedo de decepcionarte y fuiste tú, con tu ecuanimidad, quien me dijo: ¡Manda todo al carajo y pon tu café, tu bar y toma fotos!

Tras más de un año tomando terapia, varias estrategias para cambiar mi mood, para atraer pacientes, que tomaran en serio sus consultas y tratamientos, llegó el balde de agua helada. En ese proceso, antes de tu partida, volviste a preguntarme, ¿qué estaba esperando? Y de pronto, ¡pum! Llegó la cubeta de hielos y agua helada y me quedé titirando, sin que estuvieras tú para tenderme la toalla o al menos decirme: ¡Tranquilo, viejo, ahorita te calientas!

Sabes que no ha sido fácil; he tenido que romper varias barreras autoimpuestas, otras adquiridas a hierro candente por una sociedad que, aunque nos cansamos de decir que «no nos importa lo que digan los demás», siempre acaba pesando. Pero un día decidí dejar de hacerme como el tío Lolo, e hice lo único que faltaba para acabar de convencerme y, tras hacer cuentas, concluí que ni siquiera en el plano económico estaba justificado estar así.

Así pues, inicio este año reinventándome. Cumpliré 45 años cerrando un ciclo al que le dediqué toda mi vida, porque desde el preescolar planeé mi carrera de médico. Colgaré la bata y el estetoscopio y daré un giro de casi 180° para escribir en Golfa, mostrarle al mundo mi perspectiva a través de las fotos y, si todo va bien, sirviendo café y algún vermouth mientras platico con mis comensales.

Sé que a muchos les causará asombro, que no me entenderán, pero no estoy solo. No solo estás tú, a quien sigo escribiendo cartas al menos una vez a la semana (siempre tuvimos una buena comunicación epistolar). Tengo a todo nuestro equipo conmigo, esa familia que tú lograste consolidar, y eso me basta.

Sabes que no aborrecí la Medicina, que la amé y la amaré siempre. Que no le huyo al trabajo; ahora tendré que trabajar el doble para arrancar de cero a más de la mitad de mi vida. De hecho, estoy convencido, seguiré siendo médico y ejerciendo esa parte de la carrera que tanto me gustó, solo que alejado de los consultorios, las tabletas, los laboratorios. Seguiré acercándome a lo más profundo del ser humano, eso que no se palpa ni se ausculta.

Te amo, papá.