Si te digo la palabra desierto, ¿en qué piensas? ¿Qué es lo primero que te viene a la mente? Cualquiera que sea la cosa en lo que estés pensando, apuesto no son árboles. ¿Quién piensa en árboles en pleno desierto? Quizás arena, sol, alguna palmera, camellos, hombres con turbantes. Si vives en México: cactáceas, víboras, alacranes. Pero, ¡¿árboles en el desierto?!
Desiertos sin arena
Pues bien, el Sahara, el cual es el desierto no polar más grande del mundo… ¡Sí, que el Ártico y la Antártida también son desiertos! Aunque no veas arena.
Vamos a ver; definamos qué es un desierto: Es un ecosistema o bioma donde existe una precipitación pluvial anual menor a 250 mm anuales. Así pues, en el Ártico y la Antártida tenemos precipitaciones en forma de nieve de 3 mm anuales, equivalentes en agua líquida, en zonas continentales internas; y unos 50 mm, equivalentes en agua líquida, en zonas cercanas a las costas.
Además, la mayor parte del agua en estado líquido no está biológicamente disponible y las condiciones de baja humedad en el aire favorecen la evaporación de cualquier agua de lluvia y de sublimación, es decir del paso de sólido a gas, de la nieve.
¿He roto tu imagen mental de un desierto? ¡Pues sigamos!
Árboles en el desierto
Te decía que el Sahara es el desierto no polar más grande del mundo. Quizás las imágenes de bancos de arena infinitos en Dakar son los que te vinieron a la mente. Vamos a romper otra vez tu ilusión.
Recientemente, en un artículo publicado en Nature, un grupo internacional de científicos reportaron haber encontrado árboles, cientos de millones de árboles, en el desierto del Sahara. ¡Se necesita ser cara dura para andar buscando árboles donde en teoría no los había! Pues de eso se trata la Ciencia, de ir más allá de aquello que damos por sentado.
Debemos aclarar que no son bosques, se trata de árboles aislados en un área de aproximadamente 1.3 millones de kilómetros cuadrados, al noroeste de África. Para ser más específicos, hablamos de la región que atraviesa Argelia, Mauritania, Senegal y Mali, algunas zonas del Sahara occidental y también del Sahel, el cinturón de sabana semiárida tropical al sur del desierto.
Ciencia = colaboración
—¿Te has fijado que he dicho que fue un grupo internacional de científicos? Eso es otra de las cosas hermosas que tiene la Ciencia, la colaboración sin importar nacionalidades, religiones, razas, idiomas, partidos políticos, etc.—
¿Y cómo le hicieron estos investigadores para encontrar los árboles? ¿Formaron una línea enorme agarrados de la mano y “barrieron” el desierto? ¡No!
Desiertos, árboles, satélites e I.A.
El grupo internacional, liderado por Martin Brandt, de la Universidad de Copenhague, accedió a imágenes satelitales de alta resolución que normalmente se reservan para usos militares o industriales. En dicho equipo había expertos de la NASA en Estados Unidos, del Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) en Francia y del centro de Monitoreo Ecológico de Dakar, en Senegal, entre algunos otros.
Valoraron más de 11,000 imágenes e la región, obtenidas por cuatro satélites de la empresa privada Digital Globe (sí, la industria privada también interviene en investigaciones de organismos gubernamentales), y que actualmente son controlados por la Agencia Nacional de Inteligencia, del Departamento de Defensa de los EE.UU.
Para detectar los árboles usaron un tipo de inteligencia artificial denominado aprendizaje profundo, en el que se enseña a una computadora a realizar una tarea determinada, en este caso, identificar árboles.
Cazar árboles en el desierto sigue siendo artesanal
Para que el sistema no confundiera árboles con arbustos únicamente se contabilizaron aquellos con una copa con un área de superior a los tres metros. Y para enseñarle al sistema se etiquetaron manualmente más de 90,000 árboles, según comentó Brandt.
«Etiqueté muchos porque el nivel de detalle en las imágenes es muy alto y los árboles no se ven iguales, y queríamos una medida relativamente precisa de las áreas de sus copas», explicó en una entrevista para la BBC.
El trabajo mostró que, en promedio, las copas eran de unos 12 metros cuadrados. Los investigadores estimaron que, si se incluye a los árboles con copas menores de tres metros cuadrados o arbustos más pequeños, el total de vegetación en esta zona desértica es un 20% más alto.
Árboles en el desierto, ¿una esperanza?
Para el investigador, es importante señalar que esto no compensa el enorme problema de deforestación, y que se ha visto agravado en los últimos años con los incendios masivos en lugares como Portugal, Grecia, Australia, Estados Unidos y Sudamérica.
“Los árboles de las zonas áridas siempre han estado ahí. Conocer su número y ubicación es importante, pero no es equivalente a que crezcan nuevos árboles”, comentó en la misma entrevista.
Los árboles en desierto juegan un papel más pequeño que los de selvas y bosques a la hora de absorber dióxido de carbono de la atmósfera. Aun así, señaló, en zonas semiáridas y subhúmedas sí son un sumidero de carbono considerable.
“Son cruciales para los medios de vida, fertilizan el suelo, lo que conduce a mayores rendimientos y brindan sombra y refugio a humanos y animales. Generan ingresos y son cruciales para la nutrición”.
Agujero de ozono
Aprovechando que hablamos de la utilidad de los árboles como sumidero de las emanaciones de carbono, me gustaría comentarte otra nota sobresaliente de la semana.
¿Recuerdas que a inicio de la pandemia se compartían imágenes esperanzadoras respecto a la reducción de emisiones de monóxido de carbono y otros contaminantes? Es más, hasta memes había de ballenas en Venecia, etc. Algunos por ahí hablaban de que los agujeros en la capa de ozono se estaban cerrando. ¡Pues no!
¡Tamaño récord!
Contrario a lo que la mayoría pensábamos, imágenes satelitales muestran que el agujero de la capa de ozono sobre la Antártida se ha hecho mucho más grande y profundo este 2020. Según lo que comentan los investigadores del Centro Aeroespacial Alemán, ha alcanzado su punto máximo en los últimos 30 años.
¿Por qué si hubo menor actividad industrial este año?
Se hacía grandote, se hacía chiquito…
El tamaño del agujero fluctúa de forma regular cada año. Entre agosto y octubre, el agujero de ozono aumenta de tamaño y alcanza un punto máximo entre mediados de septiembre y mediados de octubre.
Cuando las temperaturas de la estratosfera en el hemisferio sur se elevan, la reducción de ozono ocurre de manera más lenta. Es entonces que el vórtice polar se debilita hasta romperse, permitiendo así que para finales de diciembre los niveles vuelvan a la normalidad.
Es decir, a pesar de que la actividad humana tiene su cuota de responsabilidad en el daño de la capa de ozono, este agujero sobre la Antártida también depende de otros factores.
¡Aguas, negacionistas del calentamiento global! Señalé que la actividad humana tiene responsabilidad, la cual agrava esos factores “naturales”. ¿Me oyeron todos los que quieren perpetuar los combustibles fósiles?
¿Qué hace que el agujero en la capa de ozono varíe de tamaño?
Entre los factores “no humanos” que alteran el tamaño de la capa de ozono tenemos a la fuerza del viento que fluye alrededor del área antártica. Éste es consecuencia directa de la rotación de la Tierra y las diferencias de temperatura entre latitudes.
Cuando la banda de viento es fuerte, forma una barrera que impide el intercambio de masas de aire entre latitudes polares y templadas. Estas “permanecen aislada en las latitudes polares y se enfrían durante el invierno”, explican los científicos de la Agencia Espacial Europea (ESA).
No sólo más grande, también más profundo
En el artículo consultado y publicado en la página de la ESA, Diego Loyola, del Centro Aeroespacial Alemán, explica que el agujero cubre la mayor parte del continente antártico con esta nueva expansión. Resalta que “es un tamaño muy superior al promedio”, pero esto no es lo único que ha llamado su atención. La profundidad del agujero este año es también excepcional.
Sin embargo, el año pasado, las cifras fueron en realidad motivadoras. Para empezar, el agujero de la capa de ozono se cerró antes de lo habitual, y también tuvo el tamaño más pequeño registrado en los últimos 30 años.
Mario Molina y el Protocolo de Montreal
Entonces, ¿qué deben hacer los países y por ende, qué debemos hacer nosotros? Seguir con el Protocolo de Montreal.
Hace unos días hablábamos de Mario Molina, quien ganara el Premio Nobel por advertir que el uso generalizado de clorofluorocarbonos estaba afectando la capa de ozono. Tras su investigación, los países se unieron para implementar el Protocolo de Montreal en 1987, permitiendo la eliminación gradual de estas sustancias nocivas.
Tras ello, la capa de ozono ha ido recuperándose. Sin embargo, estos hallazgos nos recuerdan la importancia de continuar apegados a esta medida. De continuar así, los científicos calculan que para el 2050 la capa de ozono volverá a alcanzar su estado normal.
¿El problema? Hay algunos líderes, no diré sus nombres, que insisten en el uso de combustibles fósiles, invertir en refinerías, plantas carboeléctricas, trenes de diésel, destrucción de manglares y selvas. Si algo pudiera ayudarnos sería la investigación en diferentes áreas de la ciencia y las humanidades, pero también, esos líderes han decidido acabar con el presupuesto para la investigación… En fin, ¡el retroceso!