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Autoreflexiones «terapeúticas»

Hace tiempo que no escribía, esto responde a que diversas situaciones en mi vida personal han ocupado felizmente mi tiempo, pero basta ya de este vacío, que si no empiezo a escribir, pronto las telarañas y el polvo se apoderarán del blog.

En artículos anteriores hablaba en gran parte del lado humano del médico, sobre todo en el sentido de la necesidad del reconocimiento, la necesidad de recursos, de motivación e inclusive de remuneración económica, hoy quiero abordar otro tema y lo haré reflexionando sobre una experiencia mía (como suelo hacerlo), de modo más personal, más introspectivo, por lo que tal vez no todos se sientan identificados, pero creo es la mejor manera de abordarlo, sobre todo porque la herida está abierta.

Analizando como ya lo había hecho previamente, entré a Medicina esperando ayudar al prójimo, aún cuando he aprendido que también debo de vivir de ella. En ocasiones cuando se menciona la palabra prójimo pensamos en un sentido netamente religioso, pero no es así, es cualquier otro individuo que sea distinto a mi ser persona, es decir, todos y por todos entiendo también a mis migos y familia.  Veamos es que prójimo viene del latín «proxĭmus» así que sería servir al cercano. (¿Qué tal el ejemplo de Wordreference.com?)

Con el tiempo fui inclinándome por la atención de algunas enfermedades crónicas y de las personas ancianas, muy distinto tal vez a como empecé la carrera, pensando en los orígenes de la vida y en la Pediatría, inicialmente guiado por mi historia como paciente pediátrico tal vez y al final motivado por el ejemplo que he tenido en la casa a través de mi padre. En el poco tiempo que llevo en la práctica, he encontrado sumamente enriquecedora la labor de acompañamiento que se tiene en ambos grupos (que muchas veces se compaginan) .

Pues bien, hoy me encuentro ante una de esas circunstancias en donde entiendes por qué te dicen que el médico no debe atender familiares, viendo mi idea de ayudar a mis seres cercanos frustrada y sintiéndome confundido.

Dentro de las personas más significativas de mi vida se encuentra mi abuela, es cierto, tiene un carácter muy difícil pero al mismo tiempo ha compartido conmigo muchos momentos de mi vida, desde los tristes hasta los más felices (el tema que nos atañe hoy, dicho sea de paso, hizo que no pudiera compartir el más feliz, ese que me alejó del blog más de un mes), a su lado crecí compartiendo con ella al menos cada fin de semana, oyendo sus historias sobre Pendueles, su pueblo natal o  sobre mi abuelo, mis tíos, etc. También tuve que aprender a tomar el camino largo para ir a la papelería, con tal de no pasar frente a su puerta, porque ello significaba tener que pararse mucho tiempo y en épocas de exámenes eso significaba tiempo vital. Aprendí a lidiar con un carácter explosivo y en muchas ocasiones caprichoso, pero también tuve el apoyo en muchos momentos de mi vida, para ser más precisos sin ella tal vez no estaría escribiendo estas notas.

Ella me hizo regresar de una reunión con mis amigos, muy temprano, tras haberme estado localizando en casa de todos ellos, haciéndome pasar el que sería, sin duda, el bochorno más grande de mi adolescencia. También fue quien me volvió su compinche a la hora de ir por los ‘reyes’ de los primos o a buscar flores a los Viveros de Coyoacán. Mi abuela nos acompañó a muchos viajes, en ocasiones nos hizo reír mucho, como cuando pedía piñas coladas como si fueran agua y llegó a ponerse un poco contenta por el efecto del ron, aún recuerdo sus risas y su nariz enrojecida, pero también pudo frustrarnos otros momentos por el simple hecho de hacer una rabieta sin sentido. No he querido pintar una abuela perfecta, porque no lo es, es como todos un ser humano lleno de virtudes y defectos, pero que por ello mismo se ha ganado un lugar muy especial en mi corazón, tanto es así que hoy ha motivado estos renglones.

Ella hoy me necesita, como necesita de cada uno de sus nietos y principalmente de sus hijos, pero hablo de mí, como el nieto médico, no cualquier médico, sino uno que estudia sobre el envejecimiento. Pero hoy pareciese que su nieto mayor no puede hacer nada, se siente con las manos atadas, más allá de la distancia física, siento impotencia de saber que en muchas ocasiones he podido ayudar a otros, pero a ella no logro encontrar grandes salidas.

Hoy la Yaya padece demencia, no hay mucho que hacer, poco a poco se ha ido deteriorando, lo más que he podido hacer hasta el momento es contactarla con algunos médicos que le ayuden y a veces platicar con sus hijos sobre que camino tomaría yo, pero no puedo hacer nada más, no me corresponden a mi las decisiones. Por otro lado, médicamente sabemos que poco se puede, lo más importante está en el cuidado, en el acompañamiento, el evitar que se lesione y que físicamente empeore, mantenerla tranquila pero no totalmente sedada y visitarla, mimarla y darle apoyo.

¿Qué puede hacer un médico en un caso así? Tal vez sepa lo que la teoría dice, aunque prefiero dejarlo a otros y así evitar el encarnizamiento «amoroso«. La realidad es muy distinta, la sensación de impotencia es muy grande, uno quisiera encontrar el hilo negro y ¡cuanto más rápido mejor! Entiendo que lo que le digo a mis pacientes y a sus familiares es cierto y en verdad que lo pongo en práctica. También desde antes sabía que esto no es fácil, que al contrario viene lo peor y de hecho por eso me siento mal, tal vez porque aquí si influye la lejanía física, me gustaría estar ahí, compartirlo más, no solo con ella, sino con mi madre, con mis tíos, con mis primos y hermanos. Creo que ahí es donde viene lo más difícil de este tipo de enfermedades, más que ver como se deteriora el paciente (situación que te parte el alma), es más complicado asimilar y encontrar la forma de ayudar a quienes lo rodean, es en ese donde más quiero intervenir, sé del cansancio del cuidador y sé de las consecuencias emocionales del mismo, pero ¿qué puedo hacer a la distancia? O tal vez, ¿es que a la distancia también sufro parte del golpe del cuidador? ¿Habrá síndrome del cuidador ausente?

Total, este post no resultará muy concluyente, de hecho me deja con respuestas al aire, les pido de antemano una disculpa por utilizar este medio, que aunque personal, no cumple con el objetivo primordial de ser «terapeútico», tal vez debí escribirlo en mi blog personal «la borla del ombligo» pero quise enmarcarlo aquí, porque como muchas otras cosas, son razones para demostrar que el médico vive las mismas circunstancias que sus pacientes, aunque a veces ambas partes lo olviden.