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Carta a mi abuela

Yaya:

Hoy mientras todos están pendientes de que Enrique Peña Nieto toma el poder, a mi me invade el recuerdo y la nostalgia. Y es que es una fecha muy especial. Hace exactamente 6 años, cuando Felipe Calderón recibía la investidura presidencial en medio de una gran expectativa y polémica, tú llegabas a visitarme a Aguascalientes, a ver donde vivía, qué hacía. Ese sería tu última salida del Distrito Federal, el último de tantos viajes.

Fuimos a comer a un restaurante que ya ni siquiera está, caminabamos por el centro y te presté mi habitación para que durmieras y ese es precisamente uno de los últimos recuerdos que quedó en tu memoria cuando aún me reconocías.

Hoy hace 6 años paseábamos por las calles y sorpresivamente me compraste un par de sillones para mi departamento, esos que hoy me acompañan cuando veo películas o me siento a leer un libro, ellos vinieron acompañados de una pequeña nota en una hoja que decía que eran para que no me olvidara de ti. Ese pequeño trozo de papel fue la última nota que recibí de tu parte y aún la tengo guardada en un cajón.

Siempre fuimos cercanos, a pesar de que en ocasiones discutiéramos (el carácter de ninguno de los dos es muy sencillo), pero a ti debo grandes enseñanzas, incluso detrás de ese carácter fuerte y muchas veces difícil de entender todos sabíamos que había alguien capaz de ayudar cuando se necesitaba, que nos enseño a hacer el bien y no mirar a quien, a que a quien más ayuda por consecuencia se le ayuda y que es el que da más quien más recibe.

Hace una semana pasé a tu casa y te encontré dormida, ya no quise despertarte. La última vez que hablamos ni siquiera era un amigo tuyo de la infancia con quien jugabas en Acebosa, o que me corrieras porque me dejaría el tren para irme de tu querido Pendueles. Aún así jugabas con mi perro y te reías de un chiste que venía a tu mente pero no logré descifrar en ese tu nuevo lenguaje.

No sabes lo difícil que me resulta, a diario veo pacientes que como tú, están aquí y al mismo tiempo están en otro lado, los que nos quedamos en este mundo no dejamos de inquietarnos por ustedes, de preocuparnos día a día, sobre todo la incertidumbre de cómo están allá, dónde quiera que esté su mente, sobre todo en esos instantes en los que muestran una angustia inexplicable, en que se agitan y no logramos saber como consolarlos. Resulta más complicado ver que dedicas tu vida a ello, que no hay solución y que no puedes hacer nada por una de las personas que más quieres y no sé si la distancia agrave o disminuya el problema, pero ahí está como un lastre entre tú y yo.

Por otro lado me alegro infinitamente cuando te veo reír, tal vez no comprenda que te hace soltar esa carcajada cuyo tono desde niño me quedaba en claro se trataba de una travesura planeada por la abuela, pero quisiera compartir esas aventuras y hoy no es posible.

Extraño tus anécdotas y me quedó pendiente ese viaje a España para que me enseñaras de viva voz donde jugabas, de donde te aventaste en la bicicleta y casi atropellas a un hombre, de que manzano te robabas sus frutas, etc.

En gran medida, si me dedico a atender abuelos, es por la cercanía que tuve contigo además de la influencia que ejerció ver la imagen de mi padre y la relación con sus pacientes. Me dí cuenta que como tú decías, cuando uno ayuda a un adulto mayor y le da de su tiempo y presta sus oídos, uno acaba recibiendo más de lo que da.

Aunque esta carta es breve, no quería dejar pasar un instante sin decirte cuanto te quiero y te extraño, que lucharé con todo lo que esté de mi parte por hacer que aquello que me enseñaste con aquel platón de pan sopeado en café con leche, se vea reflejado día a día.

Gracias por lo que me diste y por lo que me sigues dando.

Te quiere

Bo