Como dice mi madre, si Louis Pasteur levantara la cabeza se moriría de nuevo al ver cómo tenemos el mundo a pesar de su legado.
Paradojas
No hay mayor paradoja en el universo que el ser humano. Mientras algunos grupos en el mundo tienen puesto en jaque a los sistemas de salud negándose a vacunar a sus hijos, provocando epidemias de enfermedades casi abolidas como la viruela; otros millones claman la presencia de una vacuna para controlar la pandemia de COVID-19.
Tras escribir el párrafo anterior caigo en cuenta de que, tal pareciera, esta columna se ha convertido en un medio de información sobre vacunas. Hemos hablado de la vacuna rusa, la erradicación de la poliomielitis en África, etc.; y es que sin lugar a duda, la vacunación, aun cuando los antivacunas insistan en negarlo, ha sido un parteaguas en la salud de la humanidad
De regreso al medievo
Aun no conozco a un opositor de la vacunación que me muestre con evidencia tangible alguno de sus argumentos, o que eche por tierra los beneficios de las vacunas. Es más, casi siempre están vacunados, una paradoja más. Para ser preciso, hoy no venía a hablar de antivacunas, aunque para no perder la costumbre de tocar el tema de la vacunación, lo haré en otra ocasión.
En este vaivén de ideas sobre las vacunas y sus opositores, viene a mi la mente que hemos insistido en llevar al mundo nuevamente al medievo. El abuso de los antibióticos tiene a la humanidad nuevamente en el ojo del huracán de enfermedades infectocontagiosas que, ante la multirresistencia a los fármacos, se convierten nuevamente en potencialmente mortales. Es así como tenemos el resurgimiento de enfermedades virtualmente erradicadas, más poderosas, más resistentes.
Pasteur, el hombre que más vidas ha salvado
En ambos campos, la vacunación y los antibióticos, existe un hombre que hizo grandes aportaciones. Él es quien más vidas ha salvado en toda la historia de la humanidad. Me refiero a Louis Pasteur.
Teoría de microbiana de la enfermedad
El origen de las enfermedades había tenido muchas especulaciones, casi todas mágico-religiosas. Ya con Hipócrates, en el siglo V a.n.e., se atribuyeron a abstractos desequilibrios de diversos humores en el interior del cuerpo humano. Posteriormente, Thomas Sydenham y Giovanni María Lancisi, formularon la teoría miasmática. Según dicha teoría los miasmas, emanaciones fétidas de los suelos y aguas impuras, eran causa de las enfermedades.
Hubo que esperar a que en el siglo XIX quedase establecida la teoría del origen microbiano de las enfermedades; esto de la mano del ya mencionado Louis Pasteur y de Robert Koch. Esta teoría establece que las enfermedades son provocadas por gérmenes patógenos ambientales que penetran en el organismo sano.
Pasteur y Koch. La polémica
Aunque los nombres de estos dos gigantes de la ciencia suelen ir juntos como amalgamas indisolubles, estuvieron llenos de polémica; originada en gran parte por el espíritu nacionalista de ambos, uno francés, el otro, alemán. Ahí les va el chisme:
La aportación titánica a la salud pública que ambos hacen con la teoría microbiana de la enfermedad daría cabida a posteriores investigaciones, como los trabajos de Fleming que nos trajo la penicilina.
Pero no todo queda ahí, Pasteur nos dio: la vacuna de la rabia; la pasteurización de la leche (y posteriormente otros productos); procesos de fermentación (sí, gracias a él se ha mejorado la producción de cervezas, vinos, etc.); la vacuna contra el carbunco (ántrax), y es aquí donde se pone todo color de hormiga.
Según comenta Darmon en su libro Hombre y microbios, en una revista alemana, Koch, Gaffky y Loeffler arremeten contra Pasteur con “un punto de nacionalismo y mala fe indignos de su talento”, diciendo que era incapaz de cultivar microbios en estado puro y de atenuar su virulencia:
Afirmaban que no sabía distinguir el vibrión séptico de la bacteria carbuncosa, que su vacuna anticarbunco carecía de valor y que los gusanos no juegan ningún papel en la etiología de esta enfermedad.
Orgullo y prejuico
Poco después, en septiembre de 1882, se celebró en Ginebra un congreso Internacional de Higiene. Koch estaba entusiasmado por su descubrimiento del bacilo tuberculoso; mientras tanto, Pasteur debatiría las opiniones de Koch.
En su alocución se produce un incidente cuando al citar el texto de Koch y sus colaboradores, éste último se agita en su asiento, se levanta, protesta y con mala cara se marcha, declinando discutir con Pasteur al que anuncia que le responderá por escrito. Todo parece originarse de un malentendido debido a que Koch interpretó las palabras del investigador francés como “orgullo de los trabajos alemanes”, en lugar de “resumen de los trabajos alemanes”.
De Koch, para Pasteur, ¿con amor?
De ahí se convierte esto en una especie de pelea epistolar donde en diciembre de ese mismo año Koch publicara: “La inoculación preventiva del carbunco. Réplica al discurso pronunciado por Pasteur en Ginebra”. En el acepta el valor de la vacuna pero, con ese orgullo que le caracterizaba, mantiene sus posiciones, acentuando la carga emocional que usó Pasteur y que a él le resultaba ofensivo. A esto agreguemos las diferencias fundamentales en la metodología de cada uno de los investigadores.
Pasteur saca el guante…
Pues la cosa no se queda ahí. En plena navidad Pasteur escribe su “Carta abierta a Monsieur Koch”, afirmando que ha envuelto su propósito científico de aires nacionalistas. Hoy diríamos, ha politizado la ciencia, ¿les suena?
“Usted, Señor, que ha llegado a la ciencia en 1876, después de los grandes nombres que acabo de citar, debería reconocer que es deudor de la ciencia francesa”, le soltó como un soplamocos con guante blanco.
Mientras tanto, en el lavadero…
Para estos momentos la tema ya era un chisme a nivel internacional. En el Boston Medical and Surgical Journal aparecieron dos editoriales, en enero y marzo de 1883, que analizan el desencuentro entre los dos científicos, Pasteur, “que se presentaba como el segundo Jenner” y Koch, ”representante de la escuela de investigadores germanos”.
Un artículo de Mollaret describe las distintas veces en que ambos se citaron en discursos o escritos a lo largo de una relación que se inició en el congreso de Londres de 1881 cuando Pasteur, ya consagrado y con 59 años, reconoce los méritos de un Koch veintiún años más joven. Luego llegó la acritud y la polémica. Algo por otra parte muy usual entre los hombres de ciencia.
Pasteur era un genio intuitivo y enriqueció la medicina sin haber visto a un solo enfermo, para Koch, en cambio, sólo tenía valor lo que era fuerte por su solidez y se basaba en la experiencia. Las ideas de Pasteur tenían alas, la genialidad de Koch, según Ehrlich, consistía en la sana razón elevada al cuadrado.
Pérez-Miravete
Y así en esta vecindad llamada ciencia…
¿Quién dice que todo en ciencia es cordialidad? Pero, sobre todo, ¿cómo afirmar que todo es monótono y aburrido?
Otro día hablaremos de Koch, un científico al que muchos médicos admiramos, pero un total desconocido para la inmensa mayoría de la humanidad.
Quise escribir estas palabras ya que el pasado 28 de septiembre se conmemoró el 125 aniversario luctuoso de Louis Pasteur, quien insisto, es el hombre que más vidas ha salvado en la historia. Pero busqué abordando un lado que pocos saben que existe, el papel del orgullo en el manejo de la ciencia. Aunque bueno, todos los días, en la conferencia vespertina, somos testigos de lo que el orgullo y la cerrazón pueden hacer al manejar una pandemia.
Parte de la información de esta carta fue obtenida de: Historias de la vacunología: El viajero que cazaba microbios: Robert Koch (1843-1910).
Publicado previamente en LJA.mx