En la mayoría de los congresos de Geriatría, muchos de los ponentes internacionales, considerados como oradores principales (los taquilleros), tienen doctorados, postdoc, etc. en Gerontología clínica y/o social. Incluso en el congreso en el que me encuentro.
Paradójicamente los organizadores de este congreso pertenecen a un grupo que funda y funda sociedades de “medicina geriátrica” que constantemente excluyen a los gerontólogos.
Es una delicia oír a los ponentes insistir que la clave para cambiar los paradigmas que aun no ha logrado cambiar la medicina geriátrica (como les gusta llamarle) está en estrategias gerontológicas.
El problema está en que no cabe duda que el gremio médico, así como cualquier otra actividad que reúna seres humanos, no está exento de la enfermedad del poder y el egocentrismo.
Cuanto más méritos tiene un médico/científico/político más grande es su humildad. Rara vez aquellos que carecen de ella tienen méritos reales para sustentar el lugar (político) que ostentan y que, muchas veces, la sociedad, cegada por la faramalla, cree que merecen.
En realidad se mantienen ahí por opacar, muchas veces con triquiñuelas “poco legales”. Siendo como en la India, aquí cualquier buey es considerado dios.