Hoy me tocó estar del otro lado del escritorio, suelo insistir en tratar bien al paciente y hoy vuelvo a hacerlo, ahí les va mi historia…
Desde hace ya varios años me uní al exclusivo club de pacientes con Migraña, en realidad no tenía intención de pertenecer a él, pero es que tú no lo escoges, ella te escoge a ti. Es de esos padecimientos en donde el paciente no puede hacer nada para evitarlo, simplemente se presenta. Desde hace 4 años o un poco más, los ataques empezaron a ser más frecuentes, sobre todo desencadenados en episodios de desvelo y estrés, ¿cómo médico, particularmente como residente, podía yo evitarlos? En realidad no… en los últimos años, si ven mis primeros posts en el blog, podrán ver que he estado sometido a tensiones, enojos, etc. ¿quién no?. Pero de todos modos, con o sin ellos, hay días que a mi amiga le gusta venir a visitarme.
La madrugada de hoy fue una de esas, la migraña decidió aparecer, inoportunamente despertarme y simplemente no dejarme seguir durmiendo, pero tampoco irse ni permitirme abrir siquiera los ojos. Tome mi dosis de Zoming (zolmitriptano) pero tardó un buen rato en empezar a hacer efecto, de hecho a penas logró hacer que pudiera soportar la luz del iPhone para enviar el mensaje de que no podría llegar a trabajar. Así fue que, aunque los pacientes no lo crean, un médico caía víctima de la enfermedad.
Al lograr recuperarme, tome el coche, aún con cefalalgía pero ya sin hipersensibilidad a la luz y manejé ahasta el I.S.S.S.T.E. (para mis amigos de otros países, en México la atención pública se divide en tres grandes rubros: I.M.S.S. es el servicio de Seguridad Social para trabajadores, el I.S.S.S.T.E. para los trabajadores del Estado y aquellos que no tienen derecho a ninguno de estos, son atendidos directamente por la Secretaría de Salud (donde yo trabajo, generalmente con menores recursos económicos, como ya he hecho mención).
En fin, pude haber ido a las 13:00 que pude ponerme de pie sin molestias mayores (nunca fue un «descanso» esto de estar sin hacer nada con la luz apagada y sin ruidos), pero no tenía caso hacerlo, ya una vez me presenté y se habían acabado los turnos, y tendría que esperar a que el siguiente iniciara, así que salí a las 14:00 hrs. para tomar mi turno. Decidí ser uno más, nunca mencioné ser médico (a veces cometemos el error de dar preferencias a los colegas), hice las mismas colas que todos los demás usuarios, aún cuando algunos de enfermería me reconocieron. Quería vivir la experiencia de ser el paciente.
Pues bien, llegué a las 14:15, ya había 30 personas antes que yo, en una lista de 3 consultorios trabajando, así que tendría que esperar, eso ya lo sabía. Mientras oía protestar a algunos pacientes, pensaba para mis adentros que cuando entran, lo que quieren es que se les trate dignamente, con respeto, cariño y se les escuche, al menos así lo pregono y practico yo, la espera se hizo larga, y aunque no me sentía bien, procuraba concentrarme en ese hecho. Pasaron más de 3 horas, donde no hacía nada, no había como distraerme y el dolor de cabeza comenzaba a incrementarse nuevamente.
Identifiqué a la médico (o médica como algunas personas empiezan a poner) que me atendería, en realidad hacía una hora y media que no pasaba a nadie, todos los que deberíamos pasar a su consultorio seguíamos ahí, mientras que las personas asignadas a otros galenos continuaban pasando, ella estuvo un buen rato intercambiando risas y cotorreos con algunas personas en el pasillo. Todavía guardaba esperanzas de que al pasar al consultorio las cosas serían diferentes, que tal vez entre risas y chacoteos estaba interveniendo por un paciente, intercambiando información médica o yo que sé que pasaba, no la juzgaría.
Llego mi turno 4 horas después, entre al consultorio, donde había música tropical de fondo, jamás se me volteó a ver, extendió mi mano como esperando que le diera algo, o sí, los signos vitales que me habían tomado previamente, me arrebató el papel en cuanto se lo extendí y siguió sin verme, no volteo jamás a verme a los ojos… a los pocos segundos tras escribir en el expediente me preguntó si sufría de alguna enfermedad importante o tenía algún antencedente de importancia. A esto siguió mi comentario sobre mi operación de corazón por Tetralogía de Fallot a los 4 años y la posterior implantación de un marcapaso a los 14, de ahí en fuera, sano….
– ¡No, no! ¡Que si tiene Diabetes o Hipertensión!.
– O perdone, conteste, no, no tengo
– ¿Qué quiere?
– ¿Perdón?
– Por algo vino, ¿no?
– Mire, sufro de migraña, tomo topiramato para evitar las crisis, pero hace ya unos meses lo suspendí, al haber cedido las crisis, tal y como me lo indicó el Nuerólogo, pero hoy en la madrugada me despertó el dolor, tuve episodios de nauseas sin llegar al vómito, me molestaba la luz (no quería utilizar ninguna frase que pudiera hacer sospechar mi relación con la Medicina) y aunque tome el Zoming no se me quitó por completo el dolor, actualmente me duele, ya no tan intenso, pero sigo con dolor de cabeza.
– ¿Le duele? – Mientras lanza esta pregunta en tono sarcástico, pone una cara de extrañeza, como si estuviese mintiendo, parece que en la Escuela de Medicina le dijeron que si un paciente no está en el piso retorciéndose del dolor, no tiene dolor. Tras esto continuó. – Entonces lo que quiere es que le de más medicamento – Todo en un tono de afirmación.
– Si es lo que considera más apropiado, que así sea Doctora, además de que el día de hoy no pude ir a trabajar por el trabajo, no sé si será (jamás exigí) posible que se me extienda una incapacidad por el día de hoy.
– Pues si no fue en la mañana, tuvo que venir en la mañana.
– Doctora, tuve migraña, me dolía la cabeza, la luz me molestaba y no podía salir, por tal motivo vengo hoy, pero más tarde, se que no pueden generar incapacidades en días posteriores al problema, pero no me habían informado que tenía que venir en el momento en que tengo el problema. – Para mis adentros pensaba, ¡como si yo hubiese escogido el enfermarme! Llegué a pensar inclusive en decirle lo decepcionado que estaba de su labor, de colega a colega, pero preferí salir antes de enca… de molestarme más.
Tomo el recetario mientras y extendió la receta mientras marcaba su celular y se ponía a platicar con alguien más, nuevamente a mucha risa y carcajada. La música tropical continuaba emanando de las bocinas de su computadora. Extendió la receta, la nota de incapacidad, me aventó una pluma para que la firmara y me dijo: Cuando salga llame al paciente Perenganito de Tal…
Jamás me volteo a ver, dudo que si me ve en la calle sepa quien soy, yo si reconoceré sus uñas con exceso de diamantina. Así terminó mi visita a un servicio de salud. Cuando esto sucedió me puse a analizar que tengo razón al insistir en querer hacer que los médicos atendamos con mayor calidad a los pacientes, que les demos el tiempo de expresarse, que establezcamos contacto visual y que al menos estrechemos sus manos. En su mayoría están enfermos y su enfermedad los angustia, sentidas o no, para ellos son un problema real y en ocasiones una urgencia, aunque no lo sea así. En verdad, no saben lo mal que se siente ser tratado como si se fuera criminal.
No juzgo a la doctora, en ocasiones me he quejado de las condiciones en las que trabajamos, etc. Pero creo que ella también debe de entender que el enfermo, no es culpa de él y en realidad, si ahora estaba presionada por el tiempo que tenía para atender el cerro de expedientes que tenía en su escritorio (siempre me quejaré de lo inhumano que es para el paciente y para el médico), debió preveerlo antes de estar una hora tomando su café y dialogando amenamente en el pasillo con otros miembros del personal, pues si bien es un exceso de pacientes el que se le asignan, uno también debe darles prioridad.
Por otro lado, me hizo viajar a mi práctica personal, muchas veces salgo a la sala de espera y aunque nunca se han quejado oficialmente, los pacientes te ven con cara de que apures tu consulta, en mi caso las cosas son diferentes, trabajo bajo cita, el paciente tiene una hora a la cual debe de llegar y sabe que estará al menos 2.5 horas con nosotros, tiempo que será dinámico, no estará sentado sin hacer nada, en ese tiempo se le tomarán los signos vitales, será valorado por Enfermería, Nutrición y Medicina. Cada consulta llevará al menos 30 minutos y en caso de Psicología 45 minutos, en ocasiones las mismas pueden extenderse si él o ella requieren más tiempo para oirlos o para explicarles algo, desde que llegan se los comento, todos están de acuerdo y nunca ha habido un problema, pero sí de vez en cuando quejas de «el laaargo tiempo que tienen que esparar».
Pues bien, es cierto, tardé exactamente el mismo tiempo que ellos, pero recibí menos de la tercera parte del tiempo de atención médica que ellos reciben, sin tomar en cuenta, que en realidad no esperan, están en constante atención, a o más, si las cosas se atrasan con alguien más, tendrán que esperar, por mucho, 30 minutos en total. Es aquí que coincido con Amalia Arce (@lamamapediatra) en su artículo titulado «Humanismo Bidireccional«, así como al principio insisto en lo mal que el paciente se puede sentir por no ser atendido con respeto, creo que los pacientes, en muchas ocasiones deben ser un poco más analíticos a la hora de juzgar a los médicos que los atienden.
Para acabar de subrayar esto, hoy (incrementando mi cefalalgia) tuve una discusión con el personal de la Tarjeta de Crédito, donde no me piden grandes datos para cargarme un seguro, simplemente un sí, que quedará grabado, pero en cambio, para cancelar el servicio, «por mi seguridad» (no vaya a quejarme de que ya no me cobran), tengo que cumplir con una serie de requisitos, contestar una serie de preguntas, y no molestarme porque se me este queriendo ver la cara, o en otras palabras, robando, al cobrar un seguro «antirobo» (¿paradójico no?) Sin lugar a dudas el mismo individuo que me atendió y me trató con la punta del pie, llegará a un servicio médico queriendo ser atendido en ipso facto, y tendrá razón, pero también debería aplicar esa urgencia a la inversa… ¿o no?