Hoy quisiera aprovechar este espacio para hacer una muy breve reflexión y crítica al comportamiento de muchos de los que practicamos la Medicina, pero que tal vez sea común en otras áreas del conocimiento y de la vida.
He insistido mucho en que dar clases en la universidad me da la oportunidad de aprender más de lo que yo puedo enseñar, cada día que ingreso al aula me llevo una serie de enseñanzas muchas de ellas las he compartido en estas columnas, a veces creo, fallando al propósito inicial de divulgar más el conocimiento médico y científico, pero me justifico señalando que ni en la Ciencia ni en la Medicina todo son datos duros, aunque para algunas cosas si las exijamos, creo que el médico debe estar abierto a aprender más allá de la Fisiopatología de la enfermedad o las dosis de los medicamentos.
Como médico he recibido en múltiples ocasiones comentarios que hace tiempo no lograba comprender, pero que a lo largo de mi experiencia (breve aún) pude ir corroborando y creo que he llegado a descubrir parte del origen aunque sin duda no su totalidad. Me refiero a comentarios como la soberbia y prepotencia de los galenos, no solo en la atención de sus pacientes sino también en el actuar como colega y compañero de trabajo.
No soy experto en Psicología, pero estoy seguro que en una gran mayoría de los que ejercemos esta profesión existe una especie de fenómeno narcisista y por ende el orgullo se encuentra muy elevado. Creo que en cierta forma sabiéndolo usar puede ser un gran instrumento, el problema en sí radica en que por lo general dejamos que sea el ego quien domine nuestros actos y acciones.
Lo más triste es que en lugar de encaminar el orgullo a mejorar como individuos en lo personal y en lo profesional, buscamos superar al prójimo, midiéndonos o comparándonos con otros y no midiendo nuestro crecimiento con respecto a nosotros mismos. Es más, tenemos tan alterado ese sentido que lo que queremos no es crecer, sino que el otro se hunda.
Por ejemplo, entre mis alumnos tengo de todo, algunos tienen esa envidiable capacidad de salir bien en la escuela y poderse divertir; tengo a lo que les cuesta mucho trabajo salir adelante y que luchan por lograrlo, que en algunos sistemas de evaluación saldrían muy alto solo por su esfuerzo; tengo otros que no les costaría trabajo pero escogen la fiesta y obviamente tengo aquellos que por muchas ganas que le echan no salen alto y por otro lado están aquellos que no están hechos para esto pero que bien orientados podrían encontrar un área en donde desarrollarse mejor. Bueno no olvidemos aquellos que les vale el mundo.
Pues bien, este semestre he tenido algunos casos de alumnos que a pesar de que les cuesta trabajo, se enfocan en salir adelante, se acercaron a mi a lo largo del curso, me llevaban cuadros sinópticos y mapas mentales, preguntaban sus dudas, me pedían ejercicios de casos clínicos y lucharon por superarse, todo ello tuvo resultados. En contraparte sus compañeros que a lo largo del semestre echaron la flojera, cosecharon malas calificaciones y nunca hicieron un esfuerzo para corregir el rumbo, considerando que el estudiar un par de días antes (por decir que estudiaron mucho), recogieron en resultado malas notas.
El problema no está ahí, sino que la inmensa mayoría de aquellos que no obtuvieron una calificación aprobatoria o al menos la que ellos consideraban “justa”, enfocaron su mirada no en aquello que no hicieron, sino en busca de culpables que ahora son, ya no solo el maestro (eterno culpable de los malos resultados en las evaluaciones) sino sus compañeros que salieron bien calificados. Sus defensas en las tutorías o ante la dirección son que los demás salieron bien, que no es posible si no superan “la media” sus compañeros, que seguramente fueron ayudados.
Esto podría quedar como una anécdota chusca y común sino fuera porque se comienza a agredir a la persona que se superó y que salió adelante, se empiezan a hacer cientos de chismes y no solo eso sino que se le ataca en forma dirigida, cayendo en el fenómeno que hoy se conoce como bullying.
Pero más triste resulta que esta misma actitud se lleva ya al campo profesional, donde se ataca a través de malos comentarios, de chismes o incluso utilizando a los pacientes como arma contra otros colegas. Donde el falso orgullo no nos deja seguir creciendo profesionalmente, ni como personas, donde no somos capaces de aceptar nuestros errores, de realizar una autocrítica y mucho menos de aceptar la crítica de alguien más.
¿Qué podemos hacer ante estas circunstancias? No encuentro una solución factible y no creo que sea responsabilidad de una persona o un conjunto de ellas, ni que se trate de una sola acción sino que deberemos aprender a superar una serie de retos todos juntos, pero definitivamente una parte importante se encuentra en las aulas, pero no de la universidad sino de nuestras primarias e incluso preescolares, enseñándole a los niños el valor de la competencia sana, pero sobre todo que el medir nuestros éxitos está en calificarnos con respecto a nosotros mismos y no en razón de los demás.