Versión extendida del artículo publicado en
Ayer se celebró en México el día de los abuelos, ya los comercios se han inventado el día especial para las abuelas (por lo general con mayor longevidad y más apapachadas como herencia del día de la madre… más dinero). En sí creo que cuando una sociedad inventa un día para celebrar a un grupo de personas, es un mea culpa del abandono en que se les tiene los restantes 364 días del año.
Entre médicos solemos decir mucho la frase «no hay enfermedades sino enfermos», con ello tratamos de acentuar la importancia de valorar a nuestros pacientes, de ver que en cada individuo la enfermedad se comporta diferente, que puede estar acompañada o no de otros padecimientos que la compliquen, síntomas distintos o inclusive diferentes opciones terapéuticas tomando en cuenta los antecedentes de la persona que tenemos al frente.
A pesar de lo anterior, por lo general se formulan guías de manejo clínico para simplificar el trabajo de los que estamos en las trincheras atendiendo pacientes día a día. Dichas guías son un esbozo general de la enfermedad y un «paso a paso» desde el diagnóstico oportuno hasta la rehabilitación del paciente que presentó complicaciones. Para realizarlas, grupos de expertos se reúnen, realizan una minuciosa revisión de la literatura, de los diferentes protocolos clínicos de investigación, de los nuevos hallazgos en distintas áreas, desde moleculares hasta patológicas. Se revisan los resultados de los diferentes medicamentos, sus pros y sus contras, esto en base a un sin fin de artículos de un aún mayor número de investigaciones.
Aún con mayor índice de confiabilidad tenemos los metaanálisis, estudios estadísticos complicados, que tratan de unificar los resultados de cientos e inclusive miles de estudios, lo que en resumidas cuentas hacen que el número de pruebas o de personas cuantificadas en esos estudios sea muy grande y con ello mayor seguridad de que lo publicado tiene más probabilidades de presentarse en el individuo que acude a mi consultorio. A pesar de ello, no podemos olvidar la premisa que nos enseñaron en la Universidad y continuar buscando las diferencias que pudiesen marcar la pauta de un tratamiento diferente.
Pero como menciona Paula Span en su columna en el New York Times, en la mayoría de los estudios clínicos y por ende en la mayoría de las guías de tratamiento y metaanálisis los adultos mayores son relegados. Si analizamos los criterios de inclusión y exclusión de casi todos los protocolos de investigación, se marcan límites de edades que por lo general dejan fuera a los adultos mayores y aún más seguro a los que ahora se considera «adultos mayores más viejos», es decir los que superan los 80 años de edad. Esto responde a múltiples factores, por un lado la mayoría de los medicamentos en sus fases iniciales de investigación no fueron probados en adultos mayores, por lo que en las fases clínicas, ya en pacientes, los investigadores no se arriesgan a probarlo en personas de mayor edad y por lo mismo, sería una falta de ética el probar un medicamento sin conocer su seguridad en dicho grupo etario y es que no podemos olvidar que fisiológicamente existen muchos cambios a lo largo de la vida. Por otro lado, al no exigirlo los investigadores clínicos – médicos tratantes, los laboratorios no invertirán en realizar pruebas de seguridad y ensayos clínicos en pacientes de esa edad, lo que por genera un círculo vicioso.
Como ya hemos hablado, los ancianos son un grupo en crecimiento rápido, pero parece que aún no estamos concientizados de ello, al menos no en el mundo de la clínica e investigación médica, por ende, seguimos estudiando medicina en modelos jóvenes, sin acordarnos de los cambios degenerativos atribuídos a la edad y que por ende son interpretados como normales. ¿Pero realmente son normales? Les comento que no podemos ver como un hecho natural la hipoacusia (disminución de la audición) en un adulto mayor, si fuera un hecho normal o natural todos los ancianos o un buen porcentaje de ellos tendría este problema pero no es así. No todos desarrollan artritis degenerativas o infartos de miocardio, etc.
En resumen, aún falta mucho por conocer sobre el proceso de envejecimiento, pero el Dr. David Gems pone el dedo en la llaga. Gems es director adjunto del Instituto de Envejecimiento Saludable de la University College London y dirige proyectos de investigación sobre el envejecimiento en diferentes modelos animales para entender dicho proceso. En un artículo publicado en la revista American Scientist, ahonda sobre el tema de si tratar o no al envejecimiento, pues pareciese que en base a lo que expuse en párrafos anteriores, la población en general y la mayoría del gremio médico concuerda que no al verlo como un proceso natural.
Gems en cambio va más allá y no solo propone tratar al envejecimiento, sino inclusive darle la escala de enfermedad. Postula que al igual que la obesidad ha presentado un cambio en su concepción como patología, el factor edad comparte con ella dichas características como factor de riesgo para muchas entidades nosológicas y que por ello no debe ser tomada a la ligera. Como el envejecimiento tiene connotaciones positivas tales como la adquisición de experiencia y sabiduría, los especialistas han acuñado al término senescencia como ese incremento de fragilidad y el aumento del riesgo de enfermedades y muerte que vienen con la edad.
¿Pero no es natural envejecer? Claro que lo es, pero no podemos olvidar que la senescencia es un proceso que implica la disfunción y deterioro a niveles molecular, celular y fisiológico, y que por ello se presentan diversas enfermedades. Por otro lado, no podemos hacer a un lado la evolución, donde el envejecimiento parecería no jugar un propósito real, de donde se desprende ¿Por qué ha evolucionado el envejecimiento? Desde J.B.S. Haldane en 1930, como por Peter Medawar ambos de la University College London y George C. Williams de la Stony Brook University en Nueva York. Estos autores manejan que en fases tempranas de la vida, una alteración genética tendrá repercusiones a la hora de la reproducción y por ende en la evolución de los seres vivos, pero ya en edades más avanzadas no es así, al grado que la evolución puede favorecer mutaciones que mejoran las condiciones de vida en la infancia pero que tengan repercusiones en la vejez. En consecuencia, las poblaciones acumulan mutaciones que tienen efectos perjudiciales en edades avanzadas de la vida, todos estos efectos en suma dan el envejecimiento. En base a esto Gems menciona que la universalidad del envejecimiento no excluye que esta sea una enfermedad, sino que es un tipo «especial» de enfermedad.
Esta visión tiene dos vertientes, una que resulta muy peligrosa, que es la posible estigmatización de las personas mayores al considerarlos enfermos por su edad pues tristemente tenemos aún una cultura de rechazo ante personas enfermas. Pero por otro lado una apertura a la investigación en el adulto mayor, mayores inversiones al estudio de las enfermedades propias de la vejez, tal y como ha ocurrido con el Alzheimer, que por la popularidad alcanzada es un ejemplo de lo que puede representar el considerar a la vejez una enfermedad. En esta misma vertiente se encontraría la regularización de los productos para tratar el envejecimiento, que hasta ahora, al no ser considerado una enfermedad se someten a menos controles que un medicamento inclusive por la Food and Drug Administration (FDA), tal es el caso del revesterol, que si bien parece un producto prometedor, los criterios para su estudio son mucho más laxos. «La redefinición de envejecimiento como una enfermedad no solo dinamiza la investigación de tratamientos, también cerraría el espacio a los vendedores de aceite de serpiente» dice Gems en su artículo.
Una realidad es que, enfermedad o no, el envejecimiento es un fenómeno que se ha estudiado poco, curiosamente es la «fuente de la eterna juventud» una mina de oro para la industria farmacéutica y la pseudocientífica, pero es esta última quien mejor a explotado el terreno. Aún tenemos mucho por hacer en este terreno, esperemos que pronto los gobiernos, los empresarios y los científicos se pongan las pilas e incrementen la investigación en el envejecer, una realidad que ya nos alcanzó.