Versión extendida del artículo publicado en
Desde chico me gustaba platicar con ella, no fue nunca de carácter fácil, pero sin duda fue de las personas más importantes de mi vida. Ya he escrito de mi abuela, esa persona que compartió conmigo cientos de fines de semana de mi infancia, que me enseñó a saludar a mi abuelo en las estrellas y que veló por mi salud en momentos importantes, cuando mis padres necesitaron de su apoyo.
Fui el mayor de sus nietos, viví a unos pasos de su casa y por ende fui de los que más tiempo pasaron con ella. Me contaba gustosa sus aventuras de niña en su Pendueles querido, aquel pueblo en Asturias que la vio nacer. Hija del médico de la zona, era conocida por muchos de los migrantes de la región, además de heredar el afecto que la gente le tenía a mi abuelo lo que hiciera que tenga mucha gente que le guarde gran afecto aun a pesar de su temperamento fuerte.
Pícara y con facilidad para encontrarle el tono picante a cualquier cosa que encontrase o se dijese, mi abuela aprovechaba para dar un giro inesperado a cualquier comentario, creo que de ahí viene gran parte de mi «habilidad» en el albur. Compañera en muchos viajes, con grandes ocurrencias, quedaron en el tintero las promesas de ir juntos al lugar donde nació para revivir juntos todas sus peripecias.
Mi abuela representa mucho de lo que soy y, sin duda, es una parte importante de mi vida.
Hoy ella está y no está. Voy, la veo y me encuentro con ella, pero no me reconoce. Hablamos de mil y un cosas, en ocasiones sin sentido, en otras cuantas estamos remontados en un viaje por el tiempo «siendo amigos» de la infancia mientras platicamos en La Acebosa, me habla de personajes unos conocidos y otros totalmente nuevos para mí. Aún cuando en ocasiones me toca ser regañado, insultado, etc. no puedo evitar querer pararme en su casa un buen rato para verla y oírla. Se me estremece la piel y el corazón cuando muestra señales de angustia y llora, sobre todo cuando su mente la lleva a tiempos de la Guerra Civil y me ve como un «contrario», ahí es cuando confirmo lo que ella me enseñó, ¡cuanto daño puede hacer la guerra! No importa a que bando pertenecieras, «ganadores» o «perdedores» ambos quedan con grandes estragos.
Por el momento, cada vez que la voy a visitar, mi abuela me ubica, sabe que me conoce, por lo general resulto ser un familiar muy querido, pero pocas veces me ve tan cercano como su nieto. De unos meses para acá en que el Alzheimer se ha llevado a mi abuela en forma más rápida, son menos las veces en que mi abuela me reconoce como su nieto, de hecho, ya hace varias visitas que no lo hace. Pero para mí habrá un día en especial que quedará en mi memoria.
Poco antes del día de mi boda, Talia, mi actual esposa, y yo fuimos a visitarla. Si bien en ocasiones previas había sido muy clara en que quería bisnietos e inclusive fue gráfica al explicar como había que traerlos, el último día no solo me hizo reír sino también llorar. Estuvo muy simpática y conversadora, ya con las repeticiones de tema cada 5 minutos donde rondaban las preguntas sobre mi trabajo, si estaba contento, si seguía viviendo en el mismo departamento que había conocido, le comentaba a Talia que yo le había prestado mi cuarto y sobre un puente que llevaba al centro de la ciudad (no todos notan ese puente). Llevaba a Cousteau, mi perro, al cual tomo en su brazos y lo acariciaba continuamente, una escena que se había repetido muchas veces, pero en esa ocasión me conmovió aún más, algo estaba pasando entre los dos, él no se le alejaba y la quería besar, ella lo veía con detenimiento, tuve que tomar varias fotos, no muy buenas pues fueron esporádicas y sorpresivas para no matar el momento. Obviamente salió a la luz el hecho de tener familia, que si íbamos a tardar en «encargar», etc.
Pero justo al despedirme de ella, como si supiera que era la última vez que tendríamos una conversación relativamente en línea y coherente de cabo a rabo, mi abuela me abrazó y con lágrimas en los ojos me dijo que jamás olvidara que me quiere mucho. No puede más que abrazarla mientras mi corazón parecía hacerse una uva pasa y mi piel se erizaba toda. Pocas veces había visto a mi abuela con tal sentimiento. Luego se volteó hacia Talia y le dijo lo especial que era yo para ella y que debía cuidarme mucho. Remató dándole autoridad para regañarme y traerme cortito. ¡No lo hubiera hecho nunca!.
Este fin de semana pasado fui a visitarla, fue de esas ocasiones en donde supo que me conocía, pero ni siquiera me ubicó en su infancia, no reconoció a sus padres en la foto que tiene en su cuarto y pasó momentos de mucha angustia, caminamos un rato por el pasillo de piso rojo en su casa tomados del brazo y ella, sin reconocerme del todo, me tuvo la confianza para que revisara su cadera que le dolía, eso sí, escogiendo el comedor como el mejor punto para realizar la auscultación. Salí triste.
Resulta difícil para cualquiera ver esto en su casa, en uno que sabe lo que viene y el como se comporta la enfermedad se pensaría que sería menos amargo, pero no sé si no es todo lo contrario. El Alzheimer es una enfermedad agotadora, no tanto para el paciente, a quien si sus familiares y amigos tienen bien cuidado, puede vivir momentos muy buenos, en un mundo difícil de comprender para los que nos quedamos en la «normalidad». Esta es una enfermedad que sufren más bien los allegados al paciente, las parejas, los hijos, los nietos, los amigos.
Reta a todos los que rodean al enfermo, en definitiva es una gran prueba de amor, de fidelidad y sobre todo de compasión. En el caso de mi familia todos han «jalado parejo», cada quien a su estilo y con sus posibilidades, pero todos están ahí, es un hecho que eso ha facilitado un poco las cosas. En Geriatría y Gerontología se tiene contemplado el síndrome del cuidador y no es en vano, en pacientes como los que sufren demencia de Alzheimer, la familia y en particular quien funge como cuidador responsable si alguien absorbe esa carga en mayor porcentaje, puede terminar agotado, deprimido y terminar quebrándose. Esto lleva a consecuencias graves tanto al paciente que puede sufrir abandono, como al cuidador mismo en su estado anímico y físico y al entorno familiar, por ello resulta de vital importancia valorar a la familia, establecer estrategias y trabajar en equipo.
Aún estando lejos, cosa que me parte el alma, he procurado estar lo más cercano posible a la Yaya, no quiero dejarla sola, me resulta sorprendente y triste estar tan cerca y tan lejos, saber que es lo que viene y no poder hacer mucho al respecto.
Yaya, te amo.