Saltar al contenido

Estereotipos

Publicado previamente en La Jornada Aguascalientes

Estereotipos

Una tarde fría y muy nublada, se escucha el rugir de los escapes de una Harley Davidson, de ella baja un hombre alto, fornido, con la testa rapada, se retira los lentes obscuros y su chamarra de piel negra dejando ver el tatuaje de una calavera en el hombro izquierdo debajo de su camiseta blanca. El hombre se dispone a entrar a un restaurante lujoso, ubicado en una de las zonas más exclusivas de la ciudad. Los guardias de seguridad de tan único lugar le impiden la entrada, simple y llanamente tiene “mala pinta” y no se le permite el acceso al recinto a gente problemática, en realidad el pobre hombre no ha hecho ni dicho nada aún, pero ya se le negó el poder saciar su antojo por el más famoso caviar del lugar.

A unos kilómetro, un hombre de pelo entrecano, gafas de hueso negro, con barba blanca, bien recortada, esperaba en un café. El hombre tenía en sus manos un libro de Haruki Murakami, mientras tomaba un té Earl Gray con dos gotas de limón y sin azúcar. Su voz es tenue, modulada y denota refinamiento. La gente no tiene empacho en contestarle los saludos que ocasionalmente les envía inclinando ligeramente la cabeza, de hecho se gana la admiración de más de un transeúnte y las miradas sostenidas de las mujeres que se admiran de su fino traje de casimir gris Oxford y su corbata de seda italiana. Nadie logra percatarse que bajo el saco lleva una arma, recientemente disparada para robar el portafolio que esta entre debajo de sus piernas.

Una madre se ve en la necesidad de salir a trabajar, por ello busca lugares donde dejar a sus hijos. Encuentra una guardería muy cerca de su trabajo, lo que le parece excelente, acude para conocer las instalaciones y al personal. Cuando llega se da cuenta que es atendido por una pareja gay, inmediatamente se da la media vuelta y cierra la puerta gritando que jamás dejará a sus hijos en manos de un par de depravados sexuales. Días más tarde decide dejar a sus niños a cargo de la estancia para menores de su parroquia. Hoy en día la madre se encuentra protestando contra la Iglesia, quienes protegen con uñas y dientes al sacerdote pederasta que atacó a sus hijos.

Tal vez los ejemplos parecen novelescos, pero sin duda pueden ser más reales de lo que pensamos, en nuestra sociedad estamos acostumbrados a guiarnos por estereotipos. Preenjuiciamos a la gente en base a su apariencia, su forma de hablar, sus preferencias políticas, religiosas o sexuales, sin darnos cuenta que la verdadera persona esta por debajo de toda esa parafernalia.

De hecho resulta un cliché el hablar de sacerdotes y violadores como si de un sinónimo se tratara. Es cierto, mi ejemplo demuestra en per se un estereotipo, tal vez guiado a que una inmensa parte de nuestra sociedad sigue creyendo que la investidura sacerdotal santifica a quien la porta cuando debajo de la sotana sigue existiendo un hombre, con todas las virtudes y defectos que a nuestra especie le pertenecen, y por ende comparte la misma capacidad criminal que a cualquier individuo.

Lo mismo sucede en la ciencia y la medicina. Si interrogara a cualquiera de los comensales de la cafetería donde me encuentro escribiendo y les pidiera que me dijeran lo primero que les viene a la mente cuando hablo digo científico, ¿qué me dirían?

Sin miedo a equivocarme uno de los primeros adjetivos que saldrían a la luz sería “loco”, pero también estaría estudioso, laboratorio, bata blanca, lentes, pelo cano, distraído, encerrado, aburrido, sabio, que habla un idioma extraño, ratón de biblioteca, nerd, matado, freak, ñoño, etcétera, etcétera, etcétera. Algo muy similar sucede si hablamos del médico, comparte la bata, lo ñoño, lo estudioso, pero a ello hay que agregar lo difícil de la carrera y lo de mercader de la salud.

Todo lo anterior sin lugar a dudas resulta una falacia que aleja a los jóvenes y a la sociedad en general del maravilloso espacio de la ciencia y la medicina. La idea falsa de que las clases deben resultar aburridas, llenas de majestuosidad, protocolos casi monárquicos, aleja a los jóvenes habidos de cosas entretenidas, cuando en realidad no hay nada más divertido que el mundo cuasi fantásitico que rodea a la ciencia.

Es importante apartar de la sociedad la idea de que la ciencia resulta aburrida, atraer a los jóvenes y adultos a los centros de ciencia, a las universidades y a los museos. Demostrar que las maravillas que ven en el cine pueden en muchas ocasiones ser superadas por la realidad, simplemente hay que abrir un libro de Stephen Hawking, desempolvar la serie de Carl Sagan o visitar un museo.

Resulta increíble que los propios estudiantes de carreras del área científica o específicamente de Medicina, se quejen porque las clases de una u otra materia, resultan demasiado “divertidas”, que se hacen joviales y poco “serias”. No podemos negar lo obvio, estudiar estas carreras es pesado, ¿por qué debemos hacerlo aún más? En realidad podemos disfrutar el esfuerzo o martirizarnos, yo opto siempre por la primera opción. Un maestro puede ser jovial, entretenido y mezclar ciencia y humor, no tiene por qué ser malo, dejémonos de tontos protocolos que solo alejan a la gente.

Pero además debemos quitarnos el estereotipo físico de los científicos, porque el primer personaje, el hombre de la Harley Davidson y el tatuaje de una calavera era en realidad un científico, renombrado y reconocido por la sociedad, quien además de ser un brillante biólogo, resultó ser un excelente amigo, nada agresivo, sino por el contrario pacifista. ¿La calavera? La tatuó en nombre de la ciencia, en realidad es el cráneo de un hombre de Cro-Magnon, aquella figura que lo llevó a estudiar el proceso evolutivo de la especie humana.