El estereotipo que en general se tiene del científico es un tipo que viste una bata blanca (tal vez azul cielo), lentes, peinado desafamado o por el contrario con abundante gel y bastante pasado de moda, tal vez corbata, vestimenta poco coordinada, retraído y ensimismado en sus propios experimentos. Muy probablemente se le aleja de la sociedad y resulta el clásico incomprendido que no logra expresar sus ideas sin tartamudear. A eso lo rodeamos de tubos de ensaye, matraces, sustancias de colores y alguno que otro aparato lleno de botones y agujas medidoras.
Creo que si bien algunos científicos pudieran embonar en dicha clasificación realmente son los menos. En la inmensa mayoría de los casos si nos topamos con alguno de ellos en la calle no lo distinguiremos de los demás, son entes totalmente “normales” si es que se me permite utilizar ese absurdo calificativo. Pero además, no todo lo relacionado a la ciencia está localizado en un laboratorio o tiene que ver con proyectos inexplicables o alejados de toda lógica para el resto de los mortales. Me resulta aún más aberrante pensar en un científico alejado de la sociedad, que no busca un bien para el mundo que lo rodea. Quizás sea cierto que nos resulta incomprensible a muchos de nosotros pero no significa que su trabajo sea egoísta.
En el Massachusetts Institute of Technology (MIT), metido entre los complejos donde se gesta nuestro futuro tecnológico, donde se generan grandes descubrimientos en materia de física, biología e inclusive medicina, casi en silencio, fuera de los proyectores de grandes producciones cinematográficas, Amy Smith, una carismática científica dirige el D-Lab o Laboratorio del desarrollo. Este humilde laboratorio pretende aprovechar las brillantes mentes de los estudiantes del MIT para solucionar problemas concretos en países en vías de desarrollo, tarea nada despreciable. Pero esto podría sonar sencillo si tomamos en cuenta quienes son los diseñadores de estas posibles respuestas, pero el propósito no termina ahí, los estudiantes tendrán que hacerlo de una manera sencilla y sobre todo económica para poder implantarla en la comunidad que la reciba sin generar con ella más dificultades que beneficios.
Podríamos pensar, basados en nuestros estereotipos, que mentes tan brillantes encontrarían esto no solo intrascendente sino poco atractivo y sencillo, pero realmente resulta un reto para el estudiantado de dicha institución, tal es así que cada año por la gran demanda que tiene la asignatura se deben hacer sorteos para seleccionar a los afortunados, cuyo proyecto será analizar las necesidades identificados por las ONGs o miembros del D-Lab, buscar las soluciones, viajar tres semanas al terreno y trabajar con la gente local en resolver una problemática en cuestión, para a cambio recibir la recompensa de haber ayudado y aprender de aquellos que se encuentran más alejados de la tecnología. Para muchos, esta resulta ser la materia que más influye en sus carreras, incluso hay quien reorienta su carrera profesional hacia el mundo de la cooperación al desarrollo.
Tal vez esto no nos resulte muy novedoso en México, es cierto que en muchas universidades y organizaciones en nuestro país promueven actividades similares, creación de tecnologías novedosas como la generación de gas para eco-cocinas aprovechando los residuos biológicos y la reutilización de estos como abono para los cultivos en comunidades que no tenían acceso al gas o otras fuentes de energía.
¿Pero realmente estamos ayudando? Es aquí donde la Ciencia puedes ser útil nuevamente. Tal es el caso del Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab (J-PAL) , cuya sede se encuentra ubicada también en el mismo MIT y que constituye una red de 76 profesores en todo el mundo quienes utilizan evaluaciones aleatorias para responder preguntas esenciales en la reducción de la pobreza.
¿Qué hacen exactamente? Trataré de ser breve, buscan diversas posibilidades para implementar acciones que pudieran ayudar a una determinada comunidad, país, etc. por ejemplo en Kenia y la India se valoró que sería mejor, si dotar de libros las escuelas, desparasitar a los alumnos, implementar alimentos gratuitos en las escuelas, incrementar en número de profesores o regalar uniformes para mejorar el rendimiento y disminuir el ausentismo escolar. Para ello escogieron escuelas con características similares, al azar aplicaron alguno de los programas antes mencionados y en otras, el control, no hicieron ninguna modificación. Monitorearon por un período determinado y demostraron que desparasitar a los alumnos disminuía el ausentismo escolar y mejoraba el rendimiento más que cualquier otra medida.
Con lo anterior se logra que los proyectos de apoyo sean realmente eficaces y no solo hacer un acumulo de buenas voluntades que a la larga puede no representar ningún beneficio específico.
Así pues, podemos concluir que aplicando programas como los antes mencionados podríamos lograr grandes cambios y no solo con proyectos populares que resulten muy llamativos y útiles en campañas políticas pero tengan poco efecto en mejorar la situación de nuestro país. ¿Por qué no acercar la Ciencia a los proyectos de desarrollo social?
Fuente: Estupinyà, P. El Ladrón de Cerebros.