Versión extendida del artículo publicado en
En la primaria se nos enseña que la familia es el núcleo de la sociedad, pero ¿qué hacer cuando es la familia el origen de un cambio demomográfico que amenaza con romper a la sociedad por su punto más frágil? La población mayor de 65 años aumenta a pasos agigantados y ni gobierno, sociedad ni familia están preparados para ello.
Quienes nacimos en las denominadas generación “X” (1970-79), “Y” (1980-89) y aquellos más jóvenes de la era del Internet y el DVD fomamos lo que muchos autores llaman el boomerangst. Si bien, como menciona George Magnus, este término se refiere más a las temores y preocupaciones tras la Segunda Guerra Mundial, también se aplica a su hijos y nietos. En ellos, los jóvenes modernos se ven expuestos a ciertas características financieras y sociales, sobre ellos recae la abrumadora carga y tarea de manejar y hacer frente al envejecimiento de la población.
Pero esto no solo se debe al babyboom posguerra, en la gente joven se tienen los más altos índices de divorcio y separación. Con ello tenemos mujeres solteras con menos probabilidades de contar con seguridad financiera en el retiro en comparación a los hombres, en contraparte estos últimos tienen mas problemas para formar y mantener redes sociales. Además las parejas sin hijos y las familias de padres y madres solteras de mediana edad, conforme envejecen se vuelven un problema apremiante ya que no tienen hijos adultos que las ayuden. Por último y menos preocupante, el apoyo al grupo creciente de adultos mayores, donde cada vez más personas que superan los 65 años vivirán solos y pertenecerán a familias que serán grandes en términos generacionales y limitadas en función al número de hijos, hermanos y primos.
¿Pero y en México?
Según el INEGI, para 1990 el 75% de las familias en México estaban constituidas en forma tradicional, es decir, papá, mamá e hijos, 10 años más tarde ya era solo en el 69% de los casos, y en el 2005 eran el 68% de las familias (no cuento con datos actualizados sobre el más reciente censo). Por su parte, se incrementa el número de hogares unipersonales, ya que si bien en el 90 no se contabilizó, en el 2000 eran el 6.3% y en el 2005 ya representaban el 7.5%. De estos hogares el 44% eran de personas mayores de 60 años (778,000 personas).
Si en 1970 la familia estaba constituida por 5.2 personas, para 1990 disminuyó a 5.1 y aún más significativo fue el descenso en el 2000, a 4.5 miembros, para en el 2005 disminuir a 3.8%. El número de familias extensas ha disminuido, en el 2000 representaban el 24.5% de la todos los núcleos familiares en el 2005 ya eran 23.6%.
Muchas de las causas que el INEGI reportaba en aquella ocasión, coinciden con lo propuesto previamente. Como era de esperarse, la crisis también causó estragos en la conformación de las familias, lo que orilla a las parejas jóvenes a pensar en tener menos hijos, por el costo de parto, atención, colegiaturas, etc. Así mismo aun cuando el porcentaje es pequeño, cada vez es más frecuente encontrar hogares corresidentes, donde habitan personas que no tienen ningún lazo consanguíneo entre sí, pero que comparten gastos.
Si bien son muy frecuentes, no se ha dando un apartado especial en los censos a las familias donde hay uno o dos miembros divorciados o separados, ya sea con hijos o no, quienes se unen para formar un nuevo núcleo familiar. Este tipo de familia tiende a aumentar, según confirma la CONAPO, a medida que incrementa el número de divorcios a edades más tempranas, siendo el promedio de 36 años en hombres y 33 en las mujeres.
Todos estos cambios han llevado a que nuestra sociedad se encuentre ante un nuevo reto, el envejecimiento poblacional, sin que gobiernos ni sociedad parezcan reaccionar, y es que ¿qué has hecho tú para planear tu propio envejecimiento? Pocos se han detenido a pensar en como asegurar su sustento económico y social y aún más raro es aquel que empieza a actuar en cuanto a invertir en su salud para evitar las complicaciones de enfermedades que podemos prevenir. De ello platicaremos en otra ocasión.