Hace unos días, cuando escribía sobre el libro de Liliana Blum, El monstruo pentápodo, contaba que por azares del destino se han ido acumulando en los últimos años varios libros que tocan el tema de la pederastia. Tal es el caso del libro del que nos toca hoy: La gente en los árboles. Lo deja claro desde la sinopsis, pero temo que esta vez es más un gancho mercadotécnico y no sé si eso me agrada.
Cuando leí la sinópsis me llamó la atención que tratara de un científico, ganador del Nobel y que terminaba siendo acusado de pederastia. Esto es cierto, y no es ningún spoiler porque está en la contraportada del libro y así empieza. Y en teoría, a lo largo del libro desarrollará su defensa.
El tiempo se comprime y se confunde en la memoria
Uno espera que como Humbert Humbert en Lolita, Frederick Clegg en El colecionista o, en menor medida, Raymundo Betancourt en El monstruo pentápodo tratarán de generar empatía por parte del lector. Pero van pasando las páginas, lento, muy lento, y no hay nada. No pasa nada.
Sinopsis
Después, a mitad del libro promete empezar aquello que nos va a incomodar, es un chispazo y se vuelve a apagar. La manera de estar escrito puede ser causal de que se dificulte la lectura del libro. Y creo que a mí me vino bien leerlo en una versión electrónica, explico el porqué.
Sin adelantar nada de la trama, la defensa del personaje principal, el dr. Norton Perina, escribirá sus memorias, las cuales edita su amigo y colaborador, el dr. Kubodera. Al estar leyendo lo que en teoría es una revisión editorial, la encontramos llena de notas al pie de página. En la versión electrónica se consultan rápidamente al apretar el número de referencia. Ignoro sí son notas al pie o están al final del libro en la versión impresa pero, siendo algunas muy extensas, supongo que serán de la última forma, lo que debe hacer aún más tediosa la lectura. Casi la octava parte del libro está en esas notas al pie.
Los dioses existen en los mitos, en el cielo y otras esferas; a los hombres no les está permitido verlos. Pero cuando invadimos su mundo, cuando vemos lo que no debemos ver, ¿qué podría acontecer, si no el desastre?
Me era importante señalar ese punto. Es una herramienta literaria interesante que utiliza su autora, Hanya Yanagihara. Pero es un arma de doble filo. Puede resultar muy tediosa, y hace aún más lenta la lectura. Y no, no puedes dejar de consultar esas anotaciones porque gran parte de la trama está ahí, sobre todo al final.
Una duda, ¿alguien sabe por qué se llama La gente en los árboles? Pensé que era una de esas traducciones sin sentido, pero no, así se titula también en inglés.
¿Qué rescato del libro?
La principal fortaleza del libro está en algo que no se anuncia en la sinopsis: Una crítica a muchos actores de la comunidad científica. Aquí si no quiero adentrarme mucho para no quemar la trama, pero podría resumir: En nombre de dios, y de la ciencia, el hombre ha sido capaz de grandes atrocidades.
Cuando uno está documentando una cultura no puede excluir sin más los detalles que considere desagradables, escandalosos o que no encajen en la pulcra construcción de su narración.
Y no es cierto que el fin justifica los medios. Si bien muchos adelantos científicos y tecnológicos de los que nos beneficiamos todos, incluso los detractores de la ciencia y la tecnología, se deben a actos no precisamente éticos, ello no los justifica.
Ejemplos tenemos muchos en la medicina y en otras ramas. Varios provenientes de la guerra, y no, no sólo de los nazis. Recordemos que aunque los tengamos como la personificación de la maldad en pleno no son los únicos, «los buenos» también son bastante malos.
Así pues, yo, Roberto, promotor de la ciencia y la cultura, puedo decir que este libro da una fuerte y certera llamada de atención a la comunidad científica. Y a la sociedad en general.
Mi mayor crítica a La gente en los árboles
Como mencionaba al principio, el tema de la pederastia fue utilizado para atraer lectores. Siento, y con esto recalco que es personal, que utilizar ese tema únicamente como una forma de atraer lectores es bastante ruin. Que me perdonen la autora y los editores, pero bien podía haber sido otro tema el gancho para exponer la crítica que se desarrolla en La gente en los árboles.
A aquellas alturas estaba claro que ganarían quienes contaran con los medios de su parte. En ciencia siempre es así.
Quizás, el mayor problema es que quiso abarcar tanto que no llegó a concluir bien la premisa principal, no lo sé. Es probable que no fuera con intenciones mercadotécnicas pero, insisto que es mi opinión, así me supo. Y eso lejos de dejarme pensando en el problema de la pederastia, como sí hizo Liliana Blum, me hace pensar en otra cosa:
¿Es válido tocar un tema «incómodo» sólo para vender un libro? Paradójicamente la autora hace una gran crítica ética y social en este mismo libro.
Que conste, califiqué alto el libro de Blum. No es tocar la temática, es el uso que se le da a esta.
Sin embargo, así es la ciencia. Un hombre descubre algo. No sabe qué es, ni para qué sirve, ni lo que resuelve, pero sí que ha desenterrado otra pieza de un puzle cuya forma e imagen solo alcanza a imaginar. Dedica lo que le resta de vida a intentar hallar la siguiente pieza, pero la tarea es muy complicada, pues ni siquiera sabe qué está buscando, y resulta poco probable que vaya a dar con la solución. Entonces llega otro hombre, de la siguiente generación. Ve la pieza del puzle y encuentra la siguiente. Ya tenemos dos piezas. Y luego tres, y cuatro, y cinco. Pero en ningún momento, por muchas piezas que haya, ninguno de los dos son capaces de afirmar saber lo que revelará la forma definitiva del puzle. Cuando creen que están trabajando sobre una imagen de un caballo, de pronto encuentran una aleta de pez y se dan cuenta de que han estado equivocados todo ese tiempo. A partir de ese momento creen que están intentando reconstruir la imagen de un pez, pero la siguiente pieza que encaja resulta ser el ala de un pájaro en vuelo. Ser científico es aprender a vivir toda la vida planteándote preguntas que jamás obtendrán respuesta, consciente de que has llegado demasiado pronto o demasiado tarde, con la angustia de no haber sabido dar con la solución que, una vez revelada, parece tan obvia que solo puedes maldecirte por no haberla visto, por no haber mirado en una dirección ligeramente distinta.