No resulta tan sorpresiva la noticia, si México ya ocupa un nada honroso primer lugar de obesidad a nivel mundial, el hecho de que la Secretaría de Salud del Distrito Federal revelara que en los hositales tres de cada cuatro camas están ocupadas por personas que tienen alguna enfermedad relacionada a la obesidad y el sobrepeso resulta algo hasta lógico, pero…
¿Realmente que estamos haciendo como país (que conste que no solo resposabilizo al gobierno) para solucionar este problema de salud pública? A nivel nacional, 72% de las mujeres mayores de 20 años tiene obesidad o sobrepeso; en el DF, la cifra alcanza 75.4%, es decir, 2.3 millones de personas.
En el sector masculino, a nivel nacional el porcentaje es de 66%; en el DF, 69.8%, lo que representa 1.8 millones de personas.
Armando Ahued, secretario de Salud capitalino señaló «Es necesario iniciar medidas. Quizás en 5 a 10 años el Sistema de Salud Público puede colapsar por la cantidad de enfermos que vamos a tener» Respetable me resulta la opinión de Ahued, pero sinceramente creo que el Sistema de Salud ya se encuentra colapsado en el momento en que padecimientos prevenibles, como lo son la Obesidad y el Sobrepeso tienen una prevalencia tan alta.
Campañas como Ley «Antiobesidad» no creo representen un cambio total, es cierto que aportará una solución parcial a la problemática, pero ¿realmente cuál será su impacto? Esta pregunta me surge, ya que en base a mi trabajo, dentro de un proyecto que surge en respuesta a esta problemática, me doy cuenta que va más allá de prohibir los alimentos «chatarra» en los centros de trabajo gubernamentales (incluyendo los hospitales) y en las escuelas, el problema surge a nivel de la educación, no solo de los alumnos sino también de los padres, cito un ejemplo típico de consulta diaria:
Acude un paciente (hombre o mujer) con Obesidad, dejemos de lado la clasificación de la misma, dentro de la atención que se le brinda, lo valora Nutrición y le elabora un plan alimenticio, el cual ya está tomando en cuenta ofertar únicamente alimentos que el grueso de nuestra población, la cual es de bajos recursos, pueda adquirir. La idiosincracia de la gente es tal, que cuando regresan a consulta, en primer lugar, como acción lógica, resultó «más fácil» lograr una adherencia a los fármacos que a los cambios en el estilo de vida (alimentación, ejercicio, suspender tabaquismo, etc.) Este fenóemeno está influenciado en gran medida por las creencias y en otra medida por que estamos acostumbrados a medidas «rápidas» y la vida saludable va despacio.
Los pretextos que nos dan para no comprar verduras es que resultan más caras que la carne, me he cansado de patear mercados y supermercados para ver donde es más barato un kilogramo de carne (no importa que no se arrachera, que sean retazos) que una lechuga, por citar un ejemplo. Aún así, la *&%$# Cola de 2 Lts que se beben diariamente, siempre será más cara que su porción diaria de verduras, pero la gente «no puede tomar agua sola», lo más triste es oir esos argumentos de los mismos médicos. Los galenos, con el pretexto de la escasez de tiempo acudimos a comidas rápidas (que no son las corridas), como sopas ramen, papas fritas, pastelillos, pizzas, hamburguesas (con mucho queso amarillo, mayonesa y sin verduras por favor) y los refrescos porque tienen cafeína y harta azúcar por aquello de la hipoglucemia; fumamos para quitarnos el sueño y somos sedentarios. ¿Qué podemos transmitir a nuestros pacientes?
Esto se lo vamos heredando a nuestra familia, de padres a hijos, al grado tal que citando a Ahued uno de los sectores más afectados por la obesidad es el infantil, que reporta casos de diabetes en pequeños de entre 11 y 13 años. Por su parte en datos federales apreciamos que de 2000 a 2008 se elevó 60% la atención de enfermedades relacionadas con dichos padecimientos, al pasar de 26 mil millones de pesos a más de 40 mil millones, lo que equivale a lo invertido en el Seguro Popular durante 2009.
En resumen, no soy enemigo de que se busquen leyes que persigan una mejor salud para la población, que se controle la venta de comida de poco valor nutricional, que se promueva la actividad física en las instituciones públicas y privadas (que no sea el mover el mouse o caminar a la máquina de café), pero creo que primero tenemos que buscar medidas a nivel de educación, porque si el niño no encuentra las papitas en la escuela, saliendo le pedirá a su mamá que se las compre en la tiendita de la esquina y esta, en modo irresponsable, se la comprará y más grande, en premio que se aguantó toda la mañana sin sus frituras. También debemos buscar mejorar la imagen que como responsables de la salud damos a nuestros pacientes, por muy difícil que resulte podemos lograrlo, lo digo por experiencia propia, aún me falta mucho para alcanzar la meta, pero voy poco a poco.
Fuente · El Universal