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La vergüenza

Conforme crecemos vamos acumulando en la maleta una serie de motivos para sentir vergüenza. La sociedad va metiendo en nuestra mochila escolar, desde muy temprano, una serie de prejucios y perjuicios que marcaran el desarrollo de nuestra vida para siempre. La familia, como núcleo de esa sociedad, es la primera que rellena la petaca. Esto nos lo hace ver Annie Ernaux desde que nos cuenta del día que su padre intentó matar a su mamá.

La distracción favorita de la gente era verse los unos a los otros.

Annie Ernaux

En el verano de 1952, cuando Annie tenía doce años, su papá tomó un hacha y amenazó con matar a su madre. Ese hecho marcaría su vida para siempre. Una acción de un tercero que le llenaría de vergüenza siempre. Ese acto, que tristemente muchas veces se ve repetido en miles de hogares, es el punto de partida para que la autora nos haga un análisis de lo que sería un año decisivo en su carácter y su forma de ser.

No estaban nada bien vistos los divorciados, los comunistas, los que vivían en concubinato, las madres solteras, las mujeres que bebían, las que abortaban, las que habían sido rapadas durante la Liberación, las que no se ocupaban de la casa. Y se reprobaba, de manera más moderada, a las chicas que se quedaban embarazadas antes de casarse y a los hombres que se divertían en el café (divertirse era un privilegio de los niños y de la gente joven), así como la conducta masculina en general. Se alababa el tesón en el trabajo, capaz, si no de redimir una conducta, al menos de hacerla tolerable, «bebe, pero no es ningún vago». La salud era una cualidad, «no tiene salud» era una acusación y una señal de compasión. La enfermedad, fuera la que fuera, se hallaba confusamente unida a la culpa, como si se reprochara al enfermo haber bajado la guardia frente al destino.

Annie Ernaux

Vergüenza ajena

En su libro «La verguenza» Annie Ernaux nos deja entrever lo que era su vida familiar y escolar. Un padre que hasta ese domingo de junio siempre le había parecido alguien tranquilo. Alguien con el que se entendía y había, en cierto modo, complicidad. Eran compinches ante las obsesiones de una madre que, aunque con un ligero grado de rebeldía le permitía leer algunas libros «prohibidos» (seleccionadas por ella), estaba muy apegada a las normas sociales, regidas por la religión y el qué dirán. Una escuela con normas estrictas de conducta basadas en una moral católica. Y una sociedad de poses, donde las clases sociales, el poder económico y el lugar en donde se vive pesan más que cualquier cosa.

Estaba mal visto buscar la soledad, bajo pena de pasar por un «insociable». El hecho de querer vivir solo —se despreciaba a los solteros y a las solteras—, de no hablar con nadie, se sentía como un rechazo hacia algo que era parte esencial de la dignidad humana: «¡Viven como salvajes!».

Annie Ernaux

¿Dista mucho aquél 1952 a este 2023? Es probable que algunas cosas hayan cambiado, pero los tabúes, los prejuicios sociales, económicos y religiosos, aunque hayan mutado siguen presentes. Aquella era Francia de la posguerra, ¿ son hoy el México, España o cualquier país de Latinoamérica de la pospandemia?

¿Un libro sin emociones?

Ernaux nos recuerda que los libros emocionantes son aquellos que nos generan emoción, si se me permite la redundancia. Pero esto no significa que ese sentimiento que despierte siempre sea alegría, sorpresa, incluso miedo. Existen también el asco, la ira y tristeza. Son estas últimas las que nos hace sentir este libro cuando nos vemos reflejados en ellos, ya sea como el personaje de Annie Ernaux o como la sociedad que la rodea.

Y sí, me llena de profunda vergüenza verme ahí.

La vergüenza siempre lleva consigo la sensación de que, a partir de ese momento, puede sucederte cualquier cosa, de que es algo que no tiene fin, pues la vergüenza se alimenta de vergüenza.

Annie Ernaux

Leo en muchas reseñas que es un libro pasivo, sin emociones, escrito «sin sentimiento». Sospecho que entonces no han sido capaces de ponerse en el papel de la escritora y han quedado simplemente como espectadores. Y es que lo cotidiano nos resulta aburrido. Es tan común ver y leer sobre la depresión no nos causa asombro. Eso, para mí, es sumamente preocupante y despierta en mi otra emoción: miedo.

Quizá la escritura convierta en normal cualquier suceso, incluso el más dramático.

Annie Ernaux