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La vida, dura maestra

En los últimos días entre exámenes, pacientes y otros compromisos he ido recibiendo una serie de enseñanzas que yo creo bien vale la pena compartir con ustedes. Éstas van más allá del ámbito profesional en el que me desenvuelvo o del conocimiento científico, son parte de ese bagaje de experiencias que nos llegan en forma empírica y no forzosamente de la manera más agradable, a veces pareciera que la vida sigue siendo de aquellas maestras de la vieja usanza que creen que la letra con sangre entra.

Omitiré nombres e incluso eventos porque no es, ni nunca será mi intención poner en tela de juicio a nadie, aunque ellos así lo hiciesen sin ni siquiera conocer al individuo que juzgaron. Simplemente me limitaré a hacer un análisis, que quiero reiterar surge de mi propia apreciación de los hechos y que deseo compartir. Lamento mucho si con mis palabras pudiese herir alguna de las fibras más susceptibles, pueden creerme que no es mi intención.

Vivimos en una sociedad sumamente hipócrita, es algo que no he descubierto yo, que no soy ni seré el único que lo diga, pero cada vez que lo leemos o escuchamos sentimos una pedrada en nuestra sien y respondemos: “Es cierto todos son unos hipócritas”, como si hablando en tercera persona pudiéramos excluirnos de la afirmación, siendo que es ese hecho el que confirma con más claridad la regla. ¡TODOS SOMOS HIPÓCRITAS! De una u otra manera nos hemos convertido en ello, aunque en definitiva hay niveles, por no llamarlos clases y sonar racista.

Hablamos de formar niños con valores, líderes para el futuro, pero criticamos si alguien hace algo fuera de lo “habitual” para ayudar a otro. Como sociedad (en este aspecto me excluyo hace ya algunos años) promulgamos el “amor cristiano”, pero por lo general aquél que más lo divulga es el que menos lo practica. Que me disculpe el clero, pero son mi mejor ejemplo. ¿No dicen sus escrituras que hay que dar la vida por los demás? Pero cuando alguien lo hace o le buscan un patrón psicológico alterado o bien ya empiezan elucubrar historias maquiavélicas e incluso ideas propias del Marqués de Sade.

Somos excelentes buscando la paja en el ojo ajeno cuando ni siquiera podemos ver la viga que llevamos en el nuestro. Cuando nos encontramos ante una dificultad, siempre buscamos que el otro sea el culpable, somos incapaces de realizar una autocrítica, valorar nuestros errores y buscar soluciones.

El dar la cara ante un problema ya no es visto como una virtud, ahora pareciera pertenecer al rubro de los defectos. La gente toma como acoso, agresión, prepotencia o cinismo el hecho de que uno busque tratar los problemas de frente y darles solución. El ir por la vida dándole la vuelta a los problemas y no entrarle al toro por los cuernos (si se me permite la analogía taurina) es una costumbre de hoy que se me hace deplorable.

He criticado en un sinnúmero de veces a la juventud, hablando de que están acostumbrados a la ley del mínimo esfuerzo, son la generación que tiene todo a un clic de distancia. En lo particular pertenecí a la llamada Generación X, pero viendo lo que hoy sucede, aquella generación a la que todo le importaba muy poco era una generación sumamente activa, que todavía tenía que esforzarse para realizar un trabajo, a la que le importaba el regaño de un maestro y no que como ahora, si esto sucede el maestro probablemente sea despedido de la escuela. Casi siempre que analizo este tema concluyo lo mismo, la culpa no reside únicamente en los muchachos, sino también en los papás. ¿Cómo es posible que un padre de familia se preste a defender a su “querubín” ante una situación donde es más claro que el agua que su hijo(a) participó en un fraude? Uno sabe lo que tiene en casa, tan sólo que se hace pen… Mas una cosa es hacerse tonto bajo su propio techo y otra tener el cinismo de ir a reclamar la injusticia que se comete con su hijo(a), quien llevaba tres parciales reprobados (brutalmente reprobados) y misteriosamente saca 10 en el examen final y hasta exigen los puntos que el profesor les iba a regalar. Peor aún las autoridades UNIVERSITARIAS que se prestan al jueguito con tal de quizás no perder sus ingresos.

Resulta comprensible que como padres se quiera pensar que nuestros hijos son unas blancas palomitas y hablar de que se trata de adultos responsables; pero ver que cuando tienen que salir al mundo real seguimos acurrucándolos bajo nuestro regazo, dando la cara por los actos que realizan, no permitiéndoles que el mundo les dé los golpes que deba de darles, creo raya en la exageración malsana. No, no pretendo que sus hijos sufran y lleven una vida llena de penurias, por el contrario espero que ahorita que están ustedes aquí, cerca de ellos para apoyarlos y animarlos, ellos aprendan a levantarse de sus pequeñas o grandes caídas, porque por ley natural por lo general los padres faltarán antes que sus hijos y si hoy veo a conocidos míos que fueron sobreprotegidos en nuestra época sufrir la ausencia de los padres y no saber cómo conducir su vida, no sé qué les depara a muchos de los jóvenes hoy en quienes la sobreprotección a mis compañeros antes mencionados hoy resulta el sinónimo de mano dura.

¿Qué tiene que ver esto con ciencia? ¡TODO! Lo veremos en la próxima columna.