No soy bueno expresando verbalmente mis emociones. Eso lo heredé de mi padre. Pero también de él adquirí el profundo amor y admiración por mi madre. Ya lo escribí una vez, él me enseñó que esta familia no se sostendría de no ser por ella.
Mi mamá ha sido el cimiento sobre el que se construyó todo; la muralla que detuvo huracanes; la amalgama que unió fracturas y la vela que impulsó a continuar avanzando. Ella es la brújula que indicó el camino y el bastón que afianzó nuestros pasos. Es el agua que refresca y el abrigo que espanta el frío. El freno a las locuras y el motor hacia los sueños.
Hoy más que nunca agradezco a mi papá su perseverancia a pesar de los batazos, de mantenerse en pie hasta que mi madre decidió que ya era justo darle una oportunidad. Le agradezco enseñarme a amarla. Y prometo cumplir con lo que lo encomendado, mantenernos unidos, como sólo ella puede hacerlo.
Ambos siempre decían que no nacemos con instructivo, que ser padres es un ejercicio se prueba y error. Y es cierto, los hijos no nacemos perfectos y sin duda ha sido complicado el educarnos. A pesar de eso nunca desistieron y sé que podré tener canas y tendencia a la calvicie que siempre estará ahí mamá.
Como papá odio los «días de…». Él decía que favorecen los 364 días de olvido. Pero hoy es un buen pretexto para reconocer que no hay una hora de las 8,760 que tiene el año que no agradezca haber tenido la madre que tengo.
Te amo mami, Bo.