Leía mi bandeja de entrada en Google Reader, donde ya tengo varias entradas por leer. De las primeras que reviso casi siempre son las de Medicina y las de Ciencia, siendo en estas dónde encontré la entrada que publica María García-Puente Sánchez, desde España, sobre el Testamento Vital.
Pues bien, he querido retomar un poco este tema para analizarlo desde tres perspectivas que conozco bien, el médico, el familiar y el paciente. Lo haré no en segmentos independientes, sino como un collage de pensamientos que espero poder hilar.
En sí el Testamento Vital (Documento de Voluntades Anticipadas o Instrucciones Previas) es un documento por medio del cual el sujeto expresa el modo en que desea se aborde su enfermedad en caso en que por algún motivo físico o mental se encuentre incapacitado para hacerlo e incluso posterior a su padecimiento, sobre el destino de los órganos y de su cuerpo. Este documento no trata en forma específica sobre el tema de eutanasia, aunque en muchos países donde esta figura legal existe y está permitida, también es posible establecerlo a través de dicho escrito.
Su origen se remonta a Luis Kutner, cofundador de Amnistía Internacional y tomó nuevo auge posterior a que en España se estableciera como un documento legal en el 2002. En México se ha discutido de él, pero por más que he buscado en internet (necesito un poco de asesoría legal), me parece que no hay todavía nada legalmente establecido, si bien se acepta un documento prefirmado como autorización para el uso de órganos, siempre se recurre nuevamente a consultar a los familiares y conocidos en caso de encontrarse en el nosocomio, al igual que en el uso de técnicas de reanimación cardiopulmonar u otras técnicas invasivas; en conclusión, el documento pierde validez legal en nuestro país.
Es ahí donde quiero ahondar y el motivo por el cual este documento de María García-Puente me motivo a iniciar este análisis. En la República Mexicana, al igual que en muchos otros países de habla hispana (me refiero a ellos puesto que Medtropoli.net está en castellano) aún no contamos con una regulación de voluntades anticipadas, lo que conlleva a una serie de atrocidades, tanto por parte del médico com de los familiares, guíados por sentimientos confusos e inclusive como una práctica «defensiva» contra posibles demandas.
No podemos olvidar que el médico se debe al bienestar de su paciente y que si bien en muchas ocasiones muchas intervenciones que se realizan pueden resultar de inicio molestas (no hay cirugía que no provoque un mínimo de molestia al menos), éstas deben de obedecer a una relación de «costo-beneficio» en donde los efectos adversos sean justificables por los resultados obtenidos en la calidad de vida del paciente, comprendiendo esta, no solo como la ausencia de enfermedad, tal y como el concepto de salud de la O. M. S. nos indica.
Es así, que el galeno debe aprender a dejar a un lado ese sentimiento de salvador de vidas, puesto que no es mejor médico aquel que evita que sus pacientes mueran, sino aquél que hace que sus pacientes mientras vivan lo hagan plenamente y que si han de morir (todos lo harémos) lo hagan lo más placenteramente posible, libres de agonías y sufrimientos. A veces pareciese que únicamente somos calificados por el número de enfermos que sacamos de paro cardiorespiratorio sin importar las condiciones de «vida» que representen, que hayan perdido el automatismo respiratorio e inclusive padezcan de «muerte cerebral» (Si bien legalmente esta es la definición de muerte, son muchos los casos en que pacientes en dicho estado permanecen conectados a ventiladores mecánicos y reciben alimentación paraenteral) ¿Acaso esta es una condición de vida digna?
Perdón si mi comparación resulta ofensiva para alguien, pero en ocasiones como amante de los animales que soy, me he topado dando gracias de que con mis perros he podido pedir que se les «duerma» y no como con los humanos. Aún tengo conflictos al hablar de eutanasia, no con otros médicos, ni con religiosos o con ciudadanos comunes y corrientes, estos conflicos están dados por mí mismo, a quien como humano en ocasiones me cuesta trabajo lidiar con el sufrimiento de otro, aún más cuando se sabe que no hay una solución posible para ello que no sea la muerte. Es por ello que evitaré tocar el tema el día de hoy, por un lado, porque el Documento de Voluntades Anticipadas no es per se una solicitud de eutanasia y porque yo en este momento no tengo una postura definida por lo que podría ocasionar controversias.
Lo que si queda claro es que se esté o no de acuerdo con la eutanasia, esta es definida como la aceleración de la muerte o inclusive provocar la misma a través de la aplicación de algún medicamento o la realización de alguna técnica que culmine con el fin de la vida. La división con otras prácticas es sumamente delgada y de ahí que surjan tantas controversias y es que hay quienes hablan de una eutanasia activa y otra pasiva, la primera la hemos definido ya, pero la pasiva es la suspensión de tratamientos con el fin de acelerar la muerte, esto podría confundirse con lo que algunos bioéticos denominan ortotanasia, siendo honestos es lo que a mí me resulta más confuso, considerándome partidario de la ortotanasia como se podrá notar en próximos párrafos y artículos.
Se juzga por lo general a quien practica la eutanasia, pero sinceramente no creo que no haya algún médico, sin importar nacionalidad, religión, línea política, etc. que no haya tenido alguna vez un paciente frente a él, a quién por desear ayudarlo no le haya pasado por la mente al menos la frase «más le valía morirse», «ojalá muera pronto para que descanse» o cualquier otra frase, más o menos igual de dramática, así es que aunque no se comparta la postura, no nos resulta tampoco extraño el origen de la misma. De igual modo, creo que todos los médicos hemos vivido el lado opuesto, en donde al ver morir a un paciente sin importar la edad, el sexo o la enfermedad, no hayamos pensado en tratar de «resucitarlo» y en este caso sin lugar a dudas, más de uno (incluyéndome) hemos caído en realizar esfuerzos inhumanos por «rescatarlo de la muerte», los casos como estos son más dramáticos cuando se trata de niños, jóvenes o madres, pero también lo hemos visto en ancianos e inclusive hombres solitarios que por lo general se han ganado la simpatía del personal.
Lo anterior responde a que en la generalidad de las Escuelas y Facultades de Medicina no se nos enseña a lidiar con ella, nuestra eterna compañera, la muerte. Por lo general, se le liga con fracaso en la práctica médica, lo que conlleva aún más a la práctica de la distanasia. A veces resulta controversial ver a médicos que te dan argumentos en pro de la eutanasia llevar a cabo maniobras invasivas, aplicación de medicamentos que prolongan la vida en pacientes en los que en muchas ocasiones únicamente se consigue prolongar el sufrimiento; cuando se les cuestiona y confronta, se dan cuenta de que lo que han hecho pareciese responder a un instinto adquirido en la Universidad, el médico «salva vidas» o bien a una especie de reflejo de supervivencia ante la ola creciente de demandas.
Ante el párrafo anterior y esperando no perder el hilo del análisis diría que si bien hay defensa jurídica para aquél médico que no quiera practicar la eutanasia, parece que no hay defensa para quién se niegue a practicar la distanasia y es que esta siempre será vista como un abandono terapéutico y no como un hecho a favor del paciente. Así pues, que la única defensa que pudiera quedarle al médico es tener el apoyo firmado del paciente mismo (y que por lo general es el último que se pide en caso de poderse), pero en México y creo que en otros países, la decisión final la tienen los familiares que se encuentren en ese momento en la sala de espera, quienes muchas veces guíados por el dolor del momento, sentimientos de culpabilidad o de dependencia o inclusive por falsas compasiones, pueden tomar decisiones no siempre bien premeditadas, inclusive me he topado en más de una ocasión con quien se contradice en menos de 5 minutos. Definitivamente el mismo familiar, aunque en el momento pudiera no entenderlo, es uno de los más beneficiados de que el paciente hubiese elaborado un documento de voluntades adelantadas.
La búsqueda de una respuesta en torno a este tema me ha llevado a consultar y estudiar un poco de Tanatología, pero dentro de esta disciplina, al igual que en cualquier otra, existen vertientes, muchas convergentes, pero otras antagónicas y es que sobre esto habrá tantas opiniones como cabezas hay, lo que no puede quedar en duda es que el médico se debe a su paciente y al bienestar de él, por ende, debe ser siempre analítico del peso que sus acciones tendrán sobre la calidad de vida y/o muerte que obtendrá su paciente, siendo siempre respetuoso de la voluntad que el individuo tiene sobre sus tratamientos, recordemos lo que mencionaba en el artículo previo, el paciente es el dueño de su propia salud y por ende de su propia vida, por lo que debemos tratar de infundir en nuestros pacientes la elaboración de su «testamento vital».
Aunque quede en el aire la pregunta ¿el hombre tiene derecho a decidir cómo, cuándo y en dónde morirá? ¿Por qué no dejan su opinión?