Es día del médico y hoy compruebo nuevamente que mi concepto de Medicina y mi modo de practicarla es totalmente paradójico al de los demás…
Paradojo, ja
La forma f., dellat.paradoxa, -ōrum, y este del gr. [τὰ] παράδοξα [tà] parádoxa; propiamente ‘lo contrario a la opinión común’.
Real Academia Española
Si se hiciera una encuesta y preguntamos qué es lo primero que te viene a la mente cuando decimos médico sin lugar a dudas hay dos respuestas que sobresaldrían de las demás, “alguien que cura” y “alguien que salva vidas”.
La Real Academia Española define paradoja como «Idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de las personas”, y quizás uno de los mejores ejemplos sea hablar de los médicos que no nos enfocamos precisamente a salvar vidas. No nos confundamos, no soy un miembro del equipo del doctor Josef Mengele, tampoco practico la eutanasia como Jack Kevorkian (un tema que sin duda se debatirá en alguna otra carta de este viaje).
Apuesta casi ganada es también el hecho de que el 98 % de quienes ingresan a la carrera de Medicina, por no querer sonar pedante y decir que el 100 %, respondemos a la clásica pregunta de inicio de curso: queremos ser médicos para “ayudar a los demás” y “salvar vidas”. La primera de las dos se va desvirtuando conforme aprendemos que lo que hacemos no es precisamente un apostolado, sino un modus vivendi, y que de esto no sólo comeremos nosotros, sino nuestras familias, lo cual lleva a muchos a caer en la tentación de no únicamente pedir la remuneración por su trabajo y hacer de la salud una mina de oro. Otros por su parte se siguen creyendo falsos mesías salvadores de vidas a toda costa. Obviamente existe la comorbilidad entre ambos fenómenos.
¿Se puede comer de esto y no perder la esencia que nos trajo aquí? Yo creo firmemente que sí. Definitivamente algo que debemos entender como médicos es que somos por y para nuestros pacientes, sin caer en el error del apostolado casi místico dejando que se nos pase por encima por nada más que servilismo y no servicio, pero tampoco aprovechándose de la desesperación del paciente y/o sus familiares para llenar nuestras arcas.
Hasta ahora nada de lo que he dicho tiene algo de paradójico con el concepto de médico (y aún más erróneo de doctor, sino que se lo pregunten a los Doctores en Filosofía, Derecho, etc.). ¿Entonces por qué empecé con ese enunciado esta carta? Te cuento…
No me dedico a lo que me dedico producto de la casualidad, sino a una suma de circunstancias a lo largo de mi vida que de un modo u otro han ido guiando mi vida hasta llegar a lo que soy hoy. Si habláramos en términos físicos, soy la reacción a múltiples acciones y no es el momento para analizar cada una de ellas, por lo que haré una síntesis de ellas.
Soy médico porque antes fui paciente, soy médico por ser hijo de médico y la admiración que engendró mi padre en mí, soy médico porque los principios que mis padres inculcaron en mí giran, entre otras cosas, entorno al servicio a los demás.
Y ¿por qué de todas áreas interesantes de la Medicina, inclinarme a atender adultos mayores? Podría decir casi lo mismo que antes, excluyendo que fui paciente, pues en ese caso habría sido pediatra (otra paradoja, al ingresar a la carrera ese era mi objetivo).
El paciente gerontológico con su pluripatología, polifarmacia, múltiples años, es decir, con un exceso de todo, se convierte en un reto académico y/o profesional, dónde enfermedades se enciman y los tratamientos se contraponen, etc. Así que digamos que una parte importante que me tiene aquí es la búsqueda de mis propios límites y tratar de vencerlos, seguir aprendiendo y creciendo académicamente, mas no lo es todo.
En micro-autobiografía de esta antología menciono que soy, antes que nada, alguien a quien le gusta saber de todo o mejor dicho que le gustaría hacerlo, así que ¿qué mejor forma de aprender que de boca de alguien con toda la experiencia del mundo? ¿Quién con más experiencia que un adulto mayor? La Gerontología me ha permitido conocer gente sumamente interesante, desde matemáticos con doctorados en Estadística que aún a los noventa años siguen ejerciendo, hasta campesinos que me ilustran sobre las temporadas de lluvia, los tipos de sembradío etc.
Mis consultas nunca duran menos de 45 minutos y pueden durar muchísimo más. He pensado en sacar la cafetera de donde la tengo para con más facilidad ofrecer un café a mis pacientes y continuar la charla, pero luego recuerdo que muchos de ellos son hipertensos o sufren de insomnio y/o ansiedad y la mantengo escondida. Muchas veces tengo que suspender la consulta porque ya tocan la puerta o son los propios pacientes quienes se percatan que el tiempo ha transcurrido y dan por terminada “la consulta”. Mi trabajo no puede nunca superar la paga en aprendizaje.
Hasta aquí todo va bien, pero cuando nos enfocamos a lo que trajo al señor o a la señora a mi consultorio, o que hizo me pidieran los visitara en sus casas, me encuentro muchas veces ante el inicio de la paradoja: no puedo ofrecer curar, a lo más en mis manos estará disminuir las complicaciones o las molestias secundarias a su enfermedad y a eso tengo que advertir varias veces, como en el caso de las demencias, que la patología seguirá avanzando, medrando todo lo que conocen como “normalidad”. Y entonces nos encontramos ante la primera disyuntiva, definir qué diantres es “calidad de vida”, pues cada uno definimos como queremos y a veces se tienen conceptos opuestos: unos dirán que es aminorar el dolor, mantener la funcionalidad al máximo posible y evitar los tratamientos muy invasivos y dolorosos; para otros por el contrario, será tratar de hacer todo lo “humanamente posible”, no importando que tanto duela si da la mínima esperanza de mejoría; existen quienes no querrán ni terapias curativas ni paliativas y simplemente pedirán no hacer nada; por último está el que desea (de ser legal) acabar con su vida antes de seguir sufriendo.
Así que soy un médico que en muchas ocasiones NO cura
Así que soy un médico que en muchas ocasiones no cura. A pesar de ello trato de dar compañía, sacar la esperanza de donde no la haya, brindar comfort donde hay dolor, alegría donde existe tristeza y por qué no, aprender junto a mis pacientes y sus familiares, todo lo que podamos sacar de esta nueva y obscura experiencia.
Hace ya más de 300 años Voltaire decía (o dicen que fue él): “El arte de la Medicina consiste en entretener al paciente mientras la Naturaleza cura la enfermedad”. Pero cuidado en mal interpretrar mis palabras, soy un fiel creyente de la Ciencia y los avances que esta ha tenido en aliviar e incluso curar enfermedades y tengo la esperanza que en algún momento, aquello que hoy nos resulta incurable ya no lo será.
¿Se pueden salvar todas las vidas? ¡Obviamente que no! Pero seguimos cayendo en el error, galenos y legos, al pensar que ese es nuestro objetivo primero y último. Veo con tristeza que una cuenta popular en Instagram y Twitter es de un estudiante de Medicina, quien llena la red con imágenes hechas memes, algunas muy buenas, pero la inmensa mayoría, además de egocéntricas, manejando el hecho de “salvar vidas” como gratificación máxima de la Medicina, cuando por natura el ser humano, como cualquier otro ser vivo debe morir para cerrar el ciclo “vital”.
Especialmente en el área a la que decidí dedicarme me enfrento continuamente a esta realidad. Pude haber puesto “triste realidad” pero concientemente lo omití, y es que si bien cualquier separación, cualquier fin de un ciclo puede causar tristeza, no necesariamente debe de verse como el fracaso del galeno o la peor de las noticias para el paciente. Es quizás en este punto donde se subraya la segunda de mis paradojas profesionales. Muchas de las mayores satisfacciones obtenidas en mi carrera han sido precisamente entorno a la muerte, pacientes y familiares que me agradecen el ayudar a un enfermo a no sufrir, a vivir el proceso lo mejor posible, o haberlo hecho con su pareja o sus hijos que ese día se despiden de él o ella y a quienes les estoy entregando el certificado de defunción.
Es el lecho de muerte cuando el hombre es más sabio, y egoístamente me aprovecho de ello, aprendo de mis pacientes in extremis, de sus familiares, de la enfermedad y lo que conlleva, observo y valoro más lo que tengo, esa capacidad de respirar y que hago cientos de veces en el día sin ni siquiera sentarme a pensar en ello, la oportunidad de levantarme de la cama y volver a ver la luz del día, el poder decir que estoy vivo y que tengo la nunca asegurada posibilidad de despertar al día siguiente cuando me acuesto en mi cama. Gracias a mis pacientes valoro lo que hago, mi familia, mis amigos, así que en una tercera paradoja, no soy yo quien brinda ayuda, soy quien la recibe diariamente.
Entonces, más que desear “un feliz día del médico”, quiero desearle a mis pacientes un “feliz día del paciente” y a mis colegas únicamente recordarles que estamos aquí para servir y que nuestra recompensa está sentada frente a nosotros todos los días enseñándonos más que consultándonos.