Anoche, como cualquier otra noche, el sueño tardó en llegar. En ocasiones me embebo entre las hojas del libro en turno, en otras tantas, me da por leer noticias, particularmente relacionadas con ciencia, tecnología y salud, y otras más filosofar en la trascendente inmortalidad del cangrejo.
Ayer fue, como dirían los enólogos, un coupage, entre lectura de noticias, chismes de Twitter y un instante, breve, pero bastante curioso de meditación “filosófica transcendental”. De los dos primeros no es necesario ahondar, quiero compartirles el último:
Dicen que la vida es un libro abierto, con las hojas en blanco para escribir en él. Me gusta esa analogía tanto como me gusta leer; así que pensar en escribir mi propio libro es una idea fascinante, es más, este blog es un intento mal logrado de escribir, es un ensayo de lo que tal vez será en un futuro un intento un poco más serio de, quizás, un libro o al menos un diario más formal.
Así pues, como buen libro, la vida está llena de capítulos y como tal, algunos nos atrapan, nos gustan, los devoramos en un sólo instante y cuando nos damos cuenta se ha terminado, hemos avanzado a gran velocidad a través de las páginas, en poco tiempo, o tal vez mucho pero sin que esto nos pesara. Hay capítulos así, pero ese mismo autor, en esa misma obra, puede enfrentarnos a un capítulo lleno de dificultades, pesado, con un lenguaje o un contenido más denso, o simplemente donde la trama no nos atrapa o al personaje de nuestra elección no le va bien dentro de la historia, esos capítulos pueden consumirnos no sólo el doble, si no que hasta más del tiempo que nos llevamos en terminar aquél que tanto nos apasionó.
Lo mismo sucede en nuestras vidas, existen épocas en ellas que no nos gustaría que se acabaran, si fuera por nosotros, que el libro entero siguiera así, que fuera un capítulo de un millón de páginas, una historia sin fin. En cambio tenemos capítulos que quisiéramos saltarnos, brincarlos, arrancarlos y nos es imposible terminarlos o es que quizás, nos ha desagradado tanto, que pareciera nosotros mismos nos empecinamos en no darle vuelta a la hoja. En un libro, son estos capítulos los que ponen en riesgo nuestro apego a la lectura del mismo y los causantes de que muchos libros queden, si no es un lector comprometido con finalizar lo que inició (y aún siéndolo), en el anaquel de los libros sin concluir. Con nuestra vida no podemos hacerlo, no hay repisas para no seguir escribiendo la historia, esta continúa, a menos claro, que recurramos a terminar con ella, pero no es el tema. La generalidad de nosotros seguirá escribiendo, pero depende de cada uno si ese episodio se vuelve eterno, afecta negativamente la trama o le ponemos punto final para comenzar uno nuevo.
Tras un tiempo, cuando hemos avanzado puede ser uno o ya varios capítulos después, la trama le da el valor justo a ese momento amargo, nos damos cuenta que si bien seguirá sin ser el mejor del libro, el que más nos guste o el que más citemos, sí es, en definitiva un capítulo que le otorgó sentido a la obra completa. Puede o no ser el capítulo angular, ese que le dio un giro de 180º a nuestra vida o simplemente una pequeña desviación que cambió el rumbo, y a veces, como me sucede en muchos libros, aquel que tanto aborrecíamos empiece a gustarnos o al menos a ganarse un poco de aprecio.
Creo que el meollo está en no clavarnos tanto con ese pasaje de la historia, ser capaces de darle la vuelta a la hoja, de retomar la pluma o el teclado y continuar escribiendo el siguiente capítulo, atrevernos a iniciar de nuevo si es necesario, y entonces veremos que esa historia mejora. Son raros los autores cuyos primeros libros son los mejores, en esos casos creo fue un golpe de suerte, por lo general la mayoría tuvieron que al menos aventarse un título, con varias correcciones, antes de alcanzar su obra cumbre, que puede ser la primera publicada, eso es cierto, pero tras varios borradores archivados en el hogar de la sala, en el cesto de basura, o si bien les va arrumbados en la covacha para que tiempo después alguien los rescate y publique como “textos inéditos”.
Así pues, me considero afortunado por haber tenido capítulos malos en mi vida, porque gracias a ellos, vivo hoy uno de los mejores, con sus bemoles, pero definitivamente uno de los mejores capítulos de este libro, lleno de aventuras y grandes momentos. ¿Habrá capítulos malos más adelante? Es probable, pero de algo estoy seguro, aprendí que hay que voltear la hoja.
Y tú ¿eres de los que se estancan en un capítulo o aprendes de ellos y le das la vuelta a la página? Disfruta cada hoja, cada instante, cada momento, nunca sabes qué va a pasar cuando con el dedo gires el papel.