No recuerdo si el tema ya lo había tocado en alguna entrega previa, pero lo que es un hecho es que no le había dedicado todo un post.
Si hay un área donde la gente es celosa de su trabajo esa es la Ciencia y partícularmente la Medicina, donde los orgullos laborales son muy altos, tal vez en parte debido al esfuerzo que implica el lograr un determinado grado, desde la licenciatura. Supongo que también es característico del fenotipo de aquellos que nos dedicamos a dicha rama o ¡qué se yo! Lo que es un hecho es que si uno quiere ver discusiones acaloradas, puede sentarse en una sesión científica donde se propongan nuevas teorías o inclusive en la planeación de un protocolo de investigación, peor aún en las reuniones académicas de los médicos o a la hora de un pase de visita donde se pone a debate un tratamiento determinado.
No sé si didácticamente sea lo más apropiado, pero a mí me funcionó la metodología en donde el maestro o inclusive los mismos compañeros te interrogan hasta decir basta, en donde pareciera que el único objetivo (y a veces es así), sea el dejarte como un perfecto ignorante. No, creo que en la nueva tendencia educativa no es bien visto, pero el orgullo propio del gremio se veía motivado y ello te llevaba a estudiar.
Pero que quede claro, como en todo, puede haber peligros y este orgullo puede ser un arma de doble filo, lo peor es que en ocasiones el afectado es el paciente, a veces (no pocas, tristemente), los médicos tienden a querer «dejar su huella», con cambios en el tratamiento injustificados, siendo el único motivo el ego mal dirigido, el querer demostrar cuanto se sabe y demostrar que lo único que se tiene es una ausencia de dos elementos, ética y autoestima. Cuando veo que un médico cambia la indicaciones que puso otro, cuando estas estaban bien fundamentadas, solo me queda llegar a esas conclusiones y es que en la mayoría de las ocasiones cuando preguntamos el por qué del cambio, no tenemos respuesta o esta es ilógica, acalorada e incluso violenta. A veces me encuentro con cambios irrisorios, como una unidad de insulina hacia arriba o abajo, cambiar medicamentos por otro de la misma familia y potencias terapéuticas similares, pero tristemente en muchas otras los cambios logran afectar al paciente quien ya se encontraba controlado y a raíz del cambio perdió efectividad y control.
Agradezco cuando se realiza una modificación oportuna, por ejemplo pacientes que con determinada dosis de un antihipertensivo ya no encontraban éxito y se realizó el cambio del agente o la dosis en una forma justificada y sobre todo que esta se asienta en la nota. Este tipo de intervenciones ayudan no solo a ese paciente, sino a otros futuros, pues siempre se puede aprender de algo que noto un compañero, una omisión de nuestra parte o simplemente porque como sabemos, pudieron cambiar las condiciones del individuo y requerir otro tipo de terapia.
¿Pero cómo normar los cambios? La Bioética sin duda alguna tiene aquí mucho que ver, así como los cursos en «Seguridad en el Paciente» y otras intervenciones que se han hecho a nivel institucional en muchos países, incluyendo el nuestro, pero, ¿cómo llegar realmente a los individuos? Una realidad es que crear protocolos con secuencias específicas es imposible, porque como desde que entramos a la carrera se nos dice, no hay enfermedades sino enfermos, las guías, como su nombre lo dice, únicamente serán orientadores, pero no pueden ni deben ser seguidas al dedillo, deberá existir un criterio para su uso y ese sin duda es el conjunto de una preparación continua y la experiencia adquirida en el tiempo.
Esto me recuerda también a aquellos que leen un artículo (o muchísimos) y se tambalean entre los tratamientos que proponen, queriendo siempre aplicar, sin criterio alguno, el último leído a sus pacientes, con el pretexto de estar utilizando los tratamientos de vanguardia. Reitero, requerimos de un criterio, eso es lo que nos hace médicos y es en esos momentos cuando esta característica toma gran importancia y nos diferencia de «cualquier mortal» (sino cualquiera podría utilizar el Vademécum y sabemos lo peligroso que es eso) y dejar de lado nuestro orgullo, recordando que lo realmente importante es nuestro paciente.