Saltar al contenido

¿Qué médico no ha tenido un don Narciso?

Era don Narciso un enfermo de mucho cuidado; entendámonos, porque la frase es de doble sentido. No digo que estuviera enfermo de mucho cuidado… Tampoco esto va bien. Si estaba enfermo de mucho cuidado, ya lo creo; muy grave; sobre todo porque empeoraba, empeoraba y no se podía acertar con el remedio, ni había seguridad alguna en el diagnóstico. Pero lo que yo quería decir primero no se refiere a la gravedad y rareza del mal, sino a la condición personal de D. Narciso, que era un enfermo de mucho cuidado… como hay toros de mucho cuidado también, ante los cuales el torero necesita tomar bien las medidas a las distancias, y a los quiebros, y al tiempo, para no verse en la cuna. El médico era a don Narciso lo que el torero a esos toros; porque don Narciso, hombre nerviosísimo, filósofo escéptico y aficionado a leer de todo, y por contra aprensivo, como todos los muy enamorados de la propia, preciosa existencia, le ponía las peras a cuarto al doctor, discutía con él, le exigía conocimientos exactos a lo que a él le pasaba por dentro, conocimientos que el doctor estaba muy lejos de poseer; y con las voces técnicas más precisas le combatía, le presentaba objeciones, y, en fin, le desesperaba. Lo peor era que, acostumbrado don Eleuterio, el médico, a la mala manía de hablar delante de sus enfermos legos en los términos del arte, porque así ni él mentía ocultando la gravedad del mal, ni los enfermos se alarmaban demasiado, porque no le entendían, a veces se le escapaba delante de don Narciso alguna de esas palabrotas poco tranquilizadoras para quien las entiende; y el paciente, erudito, siquiera fuese a la violeta, ponía el grito en el cielo, se alborotaba, y si no pedía la Extremaunción no era por falta de miedo. Había que tranquilizarle, mentir, establecer distingos, en fin, sudar ciencia y paciencia; y no para curarle, sino para que se volviese a sus casillas. Don Eleuterio aguantaba todas estas impertinencias porque el parroquiano o cliente era de oro por lo bien que pagaba, y, además, hombre influyente y de mucho viso; en fin, no se le podía plantar, pese a todas sus… cosas, como las llamaba el médico por no insultar al otro.

 Y no valía que las palabras terminadas en itis o en algia, y otras no menos bárbaras, fuesen de uso completamente nuevo, acabadas de componer por un sabio, autor de libro o artículo de revista, o de laboratorio; todo lo comprendía el entrometido, porque como picaba también en las lenguas sabias, no era manco en la griega, o mejor, no era deslenguado; y en seguida, anhelante, preocupadísimo, analizaba los componentes del terminacho flamante, y sea con ayuda del léxico, o sin ella, sacaba en limpio… que él tenía el hígado mechado, como dice un personaje de Zaragüeta, o el riñón cubierto… de úlceras, o cualquier otra barbaridad.

     Aquello era un purgatorio. La familia de don Narciso pagaba el suplemento de las pejigueras que tenía que aguantar el facultativo.

Leopoldo Alas «Clarín»

Extracto de La Médica, de Leopoldo Alas «Clarín».