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Sobre mecanización en la atención médica…

Me encuentro leyendo el libro Cuerpos y Almas  de Maxence Van der Meersch, y del que una vez terminado publicaré mi opinión, pero quise compartir un estracto del mismo, el cual está en el Libro Primero, Capítulo 4.

Para situar en el contexto, es la conversación entre un par de estudiantes de Medicina, Michel Doutreval (protagonista de la novela) y Tillery, quien pronuncia el discurso que copio, al salir de un día del hospital universitario L’Egalité tras el pase de visita y la práctica quirúrgica.

La novela está situada al final la década de 1930 y publicada en 1943, aun así se mantiene actual en muchos sentidos, al menos en aquello del trato digno a los pacientes:

—El hospital debiera ser, con restricciones, un medio excepcional para practicar la caridad. Lo ideal, amigo mío, es que uno se cure en su propia casa.

—Sí, vete a hacer a domicilio radiografías, neumos y reducciones de fracturas como la de Heubel esta mañana. La medicina científica requiere grandes instalaciones, labóratorios, rayos X; en una palabra, el hospital.

—No estoy muy seguro. Evidentemente, si el hombre no fuera más que una bestia… Y aun… Cambia un caballo de cuadra y estará ocho días despistado. ¿Crees acaso que no sufre un enfermo a quien se separa de los suyos y se le instala en una especie de cuartel? El factor psicológico también cuenta. […]

La medicina es individualista por esencia.

—¿Recriminas, pues, la caridad pública?

—No. Sólo afirmo que se practica de un modo equivocado. Que debiera ayudarse al hombre de otra manera, más humanamente. Y quien no comparte mi opinión no es un pobre ni ha visto nunca un hospital. Mi deseo sería que tuviera que dejar allí a su mujer o a su hija, por ejemplo, y verla en cueros, examinada por una veintena de estudiantes entre los cuales estuviera al pie de la cama, detrás de los otros, algún calvo como Seteuil que comentara socarronamente con Santhanas los senos menudos de la muchacha.

[…] Ni siquiera sé —añadió— si no es el desgraciado el que más da aquí dentro. Se le separa de su hogar. Una mujer que da a luz se ve alejada de su casa y de los suyos, privando a su marido del espectáculo de un sufrimiento que les uniría un poco más. Las cosas son así, gran calvorota, y puedes reírte cuanto quieras. Muchas veces he oído a los obreros decirme de su mujer: «Verdaderamente es una mula, pero cuando el chico vino al mundo tuvo mucho coraje.» ¿Y el médico? Quizá es el que más pierde. Ya no existe el contacto de hombre a hombre. Los enfermos se acostumbran a ser números, a que los examinen una veintena de estudiantes y a convertirse para el doctor en una función mecánica de auscultar y curar. El hospital ha matado al médico de familia Y nadie saldrá ganando de ello. Nuestra profesión, no te quepa duda, es a menudo todo lo contrario del colectivismo.