En las últimas semanas durante la clase que imparto a mis alumnos de Geriatría y Gerontología en la UAA, hablábamos de la importancia de conocer el cómo se ha modificado el perfil epidemiológico tanto en nuestro país como en el resto del mundo. Durante estas clases las caras largas de aburrimiento suelen ser el común denominador en el aula, me incluyo en dicha clasificación cuando tomaba clases en la universidad, incluso he de confesar que en ocasiones cuando asisto a algún congreso la parte epidemiológica, llena de tablas y números suele tener cierto efecto somnífero en mí. Pero para ser sincero resulta sumamente importante conocerlos y en nuestro país lamentablemente no tenemos una buena cultura para el registro de enfermedades y cuando se tienen las cifras muchas veces dudamos que no estén “truqueadas”.
Si bien es fascinante asistir a pláticas donde se habla de grandes avances científicos, de nuevos tratamientos a nivel molecular, de la invención de nuevas tecnologías o de casos raros, las cifras epidemiológicas, el recuento de enfermedades, causas de defunción, etc. permite a los gobiernos diseñar estrategias de salud pública e identificar áreas de oportunidad e inversión y a los mismos científicos enfocar sus esfuerzos en determinados campos. Sin la Epidemiología no podríamos comprender la evolución de ciertos fenómenos médicos, mucho menos establecer tratamientos ya que en su mayoría los estudios parten de una base de registros poblacionales simplemente para calcular el tamaño de la muestra que sea representativa a la hora de hacer un estudio, ya sea para corroborar la eficacia de un tratamiento, de una técnica diagnóstica, etc.
En contraparte, hace unos días los alumnos de la Universidad Cuauhtémoc me invitaron a participar la semana entrante en una charla (no quiero considerarla conferencia) sobre enfermedades raras, aquéllas que por su baja prevalencia en la población no resultan tan frecuentes y por ende muchas veces quedan lejos de recibir apoyos financieros para la investigación o planes de tratamiento para aquéllos que las padecen.
Así pues hablamos de dos caras de una misma moneda, por un lado los gobiernos, científicos, médicos y la industria farmacéutica (incluso los productos milagro) se focalizan en los padecimientos con mayor prevalencia e incidencia, léase por ejemplo la diabetes mellitus tipo 2, la hipertensión, la obesidad, adicciones, etc., pero dejan de lado enfermedades poco comunes, síndromes que en su mayoría tienen un trasfondo genético, aunque no siempre, dejando al desamparo a los pacientes y dificultando incluso el trabajo del médico desde el diagnóstico y en caso de dar con ello, esta falta de “atención” demerita el tratamiento.
Pero retomemos esa falla en nuestro sistema de salud y sobre todo en la cultura del médico en el reportar adecuadamente los casos que atiende, para poder realizar un mapeo adecuado de la población. En diciembre del año pasado se publicó en The Lancet el resultado del estudioGlobal Burden of Disease (Estudio sobre la Carga Mundial de la Enfermedad), realizado por diversas instituciones en varios países, en donde buscan cubrir esos vacíos secundarios a un mal registro de enfermedades, pero a decir de los propios investigadores, está muy lejos de ser lo ideal.
Más de 100 países y no sólo los más pobres carecen incluso de un sistema de registro básico de nacimientos y defunciones. Por otra parte únicamente 34 naciones (el 15 por ciento de la población mundial) cuentan con un apropiado sistema de registro de causas de defunción y en algunos de éstos no son 100 por ciento fiables debido a que los médicos no han asignado correctamente la causa de la muerte (bien pudiese ser éste el caso de nuestro país), según señala un editorial en el número más reciente de Nature.
Regresemos al aula de la UAA, donde hablaba con los chicos sobre el impacto que el envejecimiento poblacional tiene sobre la salud y la planeación de recursos en los programas sociales. Como resultado de los programas de control de la natalidad, educativos y sociales, así como los avances en la Medicina que permiten que los hombres vivamos más tiempo, tenemos que la población porcentualmente se está volviendo vieja y además más longeva, esto no forzosamente es un sinónimo de que se llegue sano a edades avanzadas, por el contrario un porcentaje importante lo hará con algún tipo de afección a la funcionalidad (geriatras y gerontólogos buscamos que nuestros pacientes tengan por más tiempo la capacidad de desenvolverse por sí solos, integrados a la sociedad y con menor índice de dependencia).
El estudio publicado por The Lancet pone de manifiesto que al vivir más tiempo hay un incremento en la incidencia de enfermedades no transmisibles como la enfermedad cardiaca y el cáncer, que se ven incrementadas al haber aumentado también la prevalencia de obesidad y tensión arterial alta, convirtiéndose ahora en los desafíos de los sistemas de salud a nivel mundial, en el que México sin lugar a dudas ocupa un lugar muy importante.
A esto se agrega la aparición de alteraciones degenerativas en el sistema musculoesquelético y en sistema neurológico, incluyendo los accidentes, que si no llegan a causar la muerte dan lugar a discapacidades importantes. Estas condiciones privan a los que lo padecen de un número de años de vida saludable similar a las enfermedades crónicas no transmisibles clásicas.
“Vivir más puede ser un beneficio neto para los individuos, incluso si están enfermos, pero a nivel de la población se traduce en mayores costos y desafíos importantes a los sistemas de salud” Declan Butler.