Si has leído alguna de mis cartas previas, o tienes la tolerancia de leerme en Twitter, sabrás que mi padre es un motivo importante para que yo me dedique a la Medicina. No ahondaré en las otras razones que me tienen metido en esto, sólo en mi papá.
Parecerá masoquista mi decisión de ser médico, en parte lo es. Fue mi papá quien, cuando dije que entraría a la Facultad de Medicina, cuestionara más la decisión. Particularmente recuerdo que me insistió en que sí no había aprendido de su propio reflejo, que si estaba dispuesto a dar mi vida a los demás (Nótese, dar mi vida A los pacientes, no POR los pacientes). Curiosamente era eso lo que quería.
Entrega sin condiciones
Es cierto, no recuerdo muchas horas de la comida en que no fuéramos interrumpidos por alguna llamada telefónica, en algunas ocasiones eran urgencias reales pero, en las más, los pacientes que escogen esa hora porque saben que el doctor «está desocupado»; hoy lo vivo diariamente cuando mi celular suena recién me sirvo la sopa. Era rutinario salirnos a la mitad de los eventos sociales y familiares por algún paciente, etc. Sí, quería eso. Deseaba aquel viaje en donde en medio de la nada, en un país al otro lado del Atlántico, un coche se paraba en la carretera de un pueblo, habían reconocido la silueta de mi padre con su característico andar cruzando el puente, tenían que saludarlo. Quería ese agradecimiento de los pacientes y la admiración de compañeros de trabajo.
En particular me embriagó el respeto, admiración y sobre todo el cariño que tenía y aun tiene del personal más olvidado de los hospitales, camilleros, intendencia, lavandería, cocina, todos ellos sabían quién era mi padre. Lo reconocen por su trato humilde y su siempre estar, por no distinguir diferencias, saber de la importancia que cada uno de ellos juega en el cuidado del paciente para que, al final, sea el galeno quien se queda con el crédito. Él me lo enseño y trato de seguir su ejemplo.
No, mi papá no tiene muchos premios. No fue un hombre que le gustara publicar, ni dictar conferencias. Pero no fue egoísta al no hacerlo, podía pasar horas explicando la fisiopatología o el tratamiento de una enfermedad a sus alumnos de la U.N.A.M., esa institución que me enseño a amar, o a los residentes del hospital sin el menor empacho y sin esperar nada a cambio.
No, no pretendo hacer una apología del hombre perfecto, como cualquiera de nosotros mi padre tiene defectos, pero definitivamente puedo decir que es el médico perfecto. Jamás lo escuché quejarse de tener que ir a trabajar, ni siquiera de los pacientes que buscan obtener la consulta gratis en el club o en medio de una reunión. Las pocas quejas que le escuché encuentran eco hoy, protestaba por las medidas que tomaban las autoridades del hospital donde trabajaba que iban en beneficio del «negocio» y no de los pacientes.
Servir por el gusto de hacerlo
Hoy me vienen a la mente dos episodios, muy pegados el uno al otro, en donde vi al superman que había bajo esa bata blanca, y los que, siendo yo muy pequeño, dejaron una huella profunda en mí. Fue en ese entonces que me enseñó, sin palabras, con el puro ejemplo, lo que significaba el sentido del deber, la vocación, el amor a la Medicina y al prójimo. Hablo del sismo de 1985 y un año antes las explosiones de «San Juanico».
Mi papá, cabe mencionar, trabajaba en una institución privada y ningún contrato lo obligaba a responder en este tipo de casos, pero lo recuerdo de voluntario, yendo a atender a los quemados, hacer curaciones, poner sueros, arrodillado ante los catres que habían montado en una escuela a modo de, literalmente, un hospital de guerra.
Yo era muy pequeño, un día me llevó, pues haría una escala rápida. La verdad, es que las visitas de mi papá, nunca se caracterizaron por ser rápidas, pero yo ya tenía callo en esto de esperar. Debía hacerlo afuera pero al conocer a muchos de los que estaban ahí, donde ante el caos no existían grandes protocolos de seguridad, acabé metiéndome a buscarlo.
El olor a piel quemada era penetrante, es día que al invocar el recuerdo mis fosas nasales se imprengan de él. En retrospectiva, entiendo porqué me había dejado afuera, pero mi curiosidad habían ganado. Mi papá volteó, me vio ahí y me dijo pues ya que estás aquí me vas a ayudar. Me enseñó a lavarme las manos y fungí en lo que sería en una especie de circulante: Acercando el material; siempre a una distancia suficiente para no contaminar, pero lo bastante cerca para aprender. Fue ahí donde comprendí lo que es la compasión por el prójimo, el cuidado con el que limpiaba las heridas, ni tan duro para lastimar, ni tan suave como para no curar. Sólo 10 meses después la ciudad se caía.
Aquel 19 de septiembre estábamos desayunando, tras ello mi papá me llevaría a la primaria y se iría a trabajar. Aun recuerdo la escena. La tierra se movió, no sabía lo que pasaba, mi hermana se quedó apanicada en la mesa, mi hermano apenas tenía un año y medio. La radio no decía mucho así que terminando todo aquello, la rutina continuó, fui llevado a la escuela y mi papá se fue al hospital. Luego vinieron los cambios, mi mamá llegaba por mi antes de lo habitual y mi papá no llegaba a comer.
La ciudad era un caos. Los noticieros daban recuento de desaparecidos, muertos, heridos. Las listas eran enormes. A mi padre no lo veía, salía muy temprano y regresaba, cuando podía hacerlo, muy tarde. Amigos suyos habían quedado atrapados o estaban en medio del caos en el Centro Médico Nacional (hoy Siglo XXI) y en el Hospital General de México. Un primo de mi mamá moría en el Hospital Juárez de México. En el medio de todo ese desorden, mi padre se mantenía ecuánime, tranquilo, dispuesto a ayudar, atendiendo pacientes, oyendo a familiares y amigos en la angustia, firme.
Han pasado los años, hoy mi padre está próximo a cumplir los 71 años, y ayer, en el whatsapp manifestaba su frustración por no poder ir a ayudar. Lo mantengo encerrado en la casa, entre la edad y el factor de riesgo autoimpuesto de haber fumado toda su vida, no es una buena idea. Aunque comprendo perfectamente el sentimiento de impotencia por el que debe estar pasando.
«Yo sólo sé que soy médico, recibí ese entrenamiento. /Sé que soy y seré medio suicida, lo acepto, asumo y me siento inútil por tener 70 años y no estar en la trinchera. /Le pese a quien le pese, con eso fui hecho. / Todos antes de tener cualquier especialidad fuimos eso, médicos, y [en su mayoría] lo hicimos libremente./ Siento que tengo que echarles porras, que no se doblen, que sigan aunque en ello esté su vida y la de quienes le rodean, ellos y solo ellos lo lograrán./Hoy tengo además otra visión, más fría de esta situación, ya hablaré contigo y los demás [mi hermano con quien chateaba y el resto de la familia] en otra ocasión./ Hoy estoy muy sentimental. Se me chorrea el moco.»
Mensajes de mi padre
Aun hay esperanza aunque…
Hoy veo ese ímpetu en muchos de los médicos, enfermeras, inhaloterapistas, camilleros, personal de intendencia y mantenimiento a lo largo de toda la República y me llena de orgullo pero a la vez tristeza.
Oigo los reclamos de mis compañeros para que se les de el equipo mínimo indispensable para hacer su trabajo con seguridad. Esta no es una solicitud egoísta, por el contrario. En cualquier curso de primeros auxilios, incluso los más básicos, se nos enseña que para poder ayudar a alguien lo primero que debemos hacer es buscar la manera en que, como rescatistas, estemos lo más seguros posibles, de lo contrario serán dos (o más) personas a rescatar, heridas o muertas. Véanse ahora, como ejemplos vívidos, todos los casos de brotes en hospitales van mermando la capacidad de los nosocomios para atender las oleadas de pacientes que comienzan a saturarlos.
Escribía hace un par de horas en Twitter: «El gobierno no sabe cómo responder, porque no se escuchan reclamos para mayores salarios, no se piden dádivas, ni regalos, ni recortes de horarios laborales, ni ‘huesos’. ¡Se piden herramientas para seguir trabajando, ayudando a los demás, se piden condiciones para hacerlo mejor!».
Son cada vez más médicos, enfermeras, trabajadores del área de lavandería, cocina, etc. que resultan infectados. El director del IMSS no ha vuelto a dar la cara. En las conferencias del prensa se limitan a decir que no cuentan con esa información, que investigarán y al día siguiente darán respuesta. Ya sabemos cuál será la historia. El día que un reportero volvió a preguntar por el brote en el H.G.R. 72 del I.M.S.S. replicaron por la tangente, que el equipo de protección llegaría en un avión de China, no se habló del centenar de personas infectadas.
Las pocas veces que la prensa toca el tema la respuesta es monótona, los insumos han sido entregados; mientras tanto las redes sociales se llenan de reclamos de médicos y pacientes. Piden «datos duros», los únicos que aceptarían son los que da el gobierno, pero conferencia tras conferencia sus propias diapositivas se contradicen. Hablan de los acumulados pero desconocemos la ocupación actual de hospitales y equipos de ventilación (funcionales). No concuerdan las sumas de casos sospechosos y confirmados con el número de estudiados. Da desconfianza cuando, una operación aritmética tan simple como una suma entre dos cifras no cuadra, ¿qué pasará entonces con los análisis estadísticos más complejos?
El paciente estaba mal, la enfermedad lo empeoró, pero el tratamiento lo remató
En un ejercicio de honestidad debemos saber que nadie puede estar preparado para una pandemia. Se hacen ejercicios de simulación, es cierto, uno de los más recientes se hizo hace unos meses y fue usado, por los conspiranóicos, para decir que esto era algo planeado. Pero por mucho que se simule nunca se puede estar preparado al 100 %, esto lo podemos constatar porque los mejores servicios de salud a nivel mundial han sido superados. También es cierto que al llegar el gobierno actual se encontró con un escenario de servicios de salud debilitados.
Pero, hablando en términos médicos, se hizo un buen diagnóstico inicial del estado de los servicios de salud mas en lugar de decidir debridar lo malo y curar lo sano, se optó por la amputación total y esta pandemia, en definitiva, no cayó precisamente como anillo al dedo por el contrario, potenció y aceleró aún más el desastre. Fieles a esa tendencia, nuevamente, el diagnóstico inicial realizado por el doctor Hugo López Gatell fue acertado y el pronóstico es el correcto, sin embargo, el tratamiento lamentablemente fue tardío. Parece le paralizaron los posibles efectos secundarios a la economía y el coste político. A la larga los costos económicos serán, si bien nos va, similares pero los costos en salud, altísimos. Nimhablar del costo político que está teniendo López Obrador y del que se pronostica para el subsecretario de salud. Del secretario, pues ni hablamos.
A la guerra sin fusil
Mientras, todo el personal de salud, utiliza sus ingresos. Los cálculos más conservadores dicen que el 25 % de este para comprar material de protección, un material que debiera proporcionarles la institución. Y es que, los trabajadores de la salud también pagamos impuestos; basta ver en nuestros recibos de honorarios las retenciones. Además de estar estipulado en los contratos que los trabajadores contarán con el equipo de protección necesario, lo mínimo que esperaríamos es ver nuestros impuestos reflejados en material e infraestructura para poder ofrecer un trabajo de calidad y con seguridad.
He hablado de la vocación que, como personal de salud, la mayoría tenemos. Es cierto que de manera simbólica, en algunas universidades, se sigue realizando el «Juramento Hipocrático», otros leen la «Declaración de Ginebra» como un recordatorio de lo que aquello a lo que decidimos dedicarnos, como dice mi padre, de manera voluntaria. Pero se está abusando de dicho juramento al utilizarlo a manera de chantaje para convencer a internos y pasantes, quienes aún ni siquiera se gradúan, a trabajar en la pandemia (en algunos casos sin goce de sueldo) y a médicos, particularmente recién graduados, para incorporarse a la lucha. Bien, sin duda se requieren más manos y cada vez serán más las que se necesiten, esto apenas comienza. Pero en ningún momento el juramento habla de luchar contra una pandemia sin herramientas, como ningún soldado jura defender la Patria sólo con su cuerpo y las manos atadas.
Médicos fallecidos no son héroes, son mártires, esas muertes eran prevenibles
Federación Médica Colombiana
Tarde, se hizo una convocatoria para contratar más personal de salud. Se prometen dos puntos en el examen nacional para ingresar a la especialidad a modo de soborno a cambio de 480 horas de servicio además de un sueldo el cual, no ha sido ni siquiera definido. Para ello, como mencionaba en Twitter, se aprovechan de que saben que en las calles hay miles de médicos desempleados, algunos despedidos por este mismo gobierno o trabajando en farmacias que abusan de su necesidad para malbaratar su trabajo. No es de sorprender que muchos médicos, en su mayoría jóvenes, han firmado las solicitudes.
Comentaba que es para mí un doble sentimiento: Por un lado, me da gusto que se engrosen las filas para luchar contra el virus y particularmente que sean jóvenes en búsqueda de oportunidades, pero el otro, me da coraje que es hasta la emergencia se dan cuenta que necesitan médicos (hace menos de un año andaban despidiendo a tajo y destajo) y lo peor, que los trabajos que ofrecen son temporales y con condiciones de seguridad precarias.
No sé si las cosas cambien mucho después de la pandemia. No sé si será un parteaguas, lo dudo, pero sin lugar a dudas ha revelado un secreto a voces. Ni gobiernos anteriores ni el gobierno actual han entendido que en el país hay que invertir en educación, ciencia y salud y lo demás vendrá añadidura.