Recuerdo una de aquellas historietas que leía en casa de mi yaya, tebeos les dicen los españoles, se llama Zipi y Zape. Quizá la causa de mi nostalgia sean las tormentas de los últimos días; en particular me remonto a una en donde los hermanos escuchan con atención el pronóstico del tiempo… tras oír en la radio que se esperaba un día hermoso presionaron a sus padres y se fueron de pic–nic. Estando en el campo cayó una tormenta enorme.
En la siguiente viñeta se les ve llegar escurriendo a casa. Y lo primero que hacen es tomar el teléfono (en aquel entonces no había celulares y muchísimo menos Twitter) y reclamarle al del servicio meteorológico haber anunciado que haría un buen día. La contestación fue simple: El buen tiempo depende de los ojos de quién lo mire.
Para ellos, que querían un día de campo, significaba un día asoleado quizás no muy frío pero tampoco con mucho calor. En cambio, para el campesino que necesita de la lluvia, tras varios días en sequía, un día lluvioso sería el mejor clima que puede esperar.
Un vaso medio lleno o medio vacío
Tras acordarme de Zipi y Zape en esta maraña de ideas, acabo con la analogía entre el vaso medio lleno y medio vacío, donde todo depende de si uno es optimista o pesimista. Pero no todo es así, no siempre la situación depende de nuestra visión de las cosas. Un ejemplo de ello es la pandemia de COVID-19.
No podemos manejar una epidemia con base en nuestro optimismo, como pretende el señor que ocupa la silla presidencial. No todo se trata de ser buenas o malas personas. Tampoco basta que nos digan cada tarde que las cosas van bien, para que aparezca el sol. Deberíamos saberlo pero, tal parece que no es así.
No nos confiemos como Zipi y Zape
Los escenarios pueden ser alentadores, como las imágenes que empiezan a compartir algunos equipos de salud celebrando que unas —pocas— salas empiezan a verse vacías. Es cierto, disfrutemos de esa bocanada de aire fresco, nunca mejor dicho, pero oigamos el mensaje posterior: aun tenemos casos, no se descuiden. Esto puede ser sólo un falso remanso en medio de la tormenta.
En primer lugar, si leemos entre líneas: el hecho que los equipos de salud celebren tener diez camas vacías significa que, contrario a lo que nos decían, sí hubo hospitales que se sobre-saturaron. De nada sirve que la capacidad de todo un estado o ciudad —para López Gatell sólo existe la Ciudad de México— no esté sobrepasada si cuando llegas al nosocomio más cercano, o que te corresponde, está lleno. En el peregrinar, literalmente, se te va la vida.
El semáforo y la confusión
Analicemos el ya famoso semáforo, que más bien parece un Pantone® de rojos. Para empezar, algunos estamos fritos sólo distinguimos entre los colores primarios y secundarios base. Chascarrillo aparte, en internet circula una explicación que me parece maravillosa: Rojo= riesgo máximo, no salgas, no hay camas. Naranja= ya hay camas para ti. Amarillo= hay camas para ti y para tu mamá. Verde= ya hay camas para toda tu familia.
Pero el éxito del control de la pandemia depende de varios factores. Por un lado, tenemos un Gobierno federal con múltiples deficiencias: un mal sistema de vigilancia epidemiológica, otrora un orgullo a nivel internacional. Líderes empecinados que no se ajustan a lo que la evidencia demuestra. Un pésimo sistema de comunicación, no, contrario a lo que dicen, ni López Gatell, ni López Obrador son buenos comunicando, lo son manipulando.
Gobierno y sociedad coparticipes
Por otro lado, están las autoridades de salud locales. Si bien tenemos que reconocer que han actuado con mayor responsabilidad que los anteriores, han existido bemoles que es oportuno señalar. Debemos ser conscientes que la Federación no ha ayudado a las empresas, particularmente a las micro y pequeñas. Esto ha hecho que sea urgente reabrir negocios para evitar un impacto económico mayor en las familias. ¿El problema?
No sólo puedo responsabilizar al Gobierno local, también somos culpables nosotros como sociedad. Desde el principio he señalado ver demasiado movimiento en las calles. Muchísima gente fit corriendo por las avenidas.
Los cubrebocas, cuando no son olvidados, muchas veces son mal usados. Aun peor, cuando entran al supermercado, sólo no sentirse vigilados, van para abajo. Si esto pasa con lo visible, ¿cómo estará el lavado de manos?
Nos estamos relajando
Se reabren los restaurantes. Esto ayuda a la industria, da una sensación de bienestar y podría permitir que muchos se reencuentren. El requisito: sana distancia, espacio entre comensales, no sobresaturar mesas, un mayor espacio entre ellas, reducir el cupo de los locales. Además de la ya reiterada vigilancia de temperatura, tapetes y geles sanitizantes en las entradas.
Aparentemente todo se cumple hasta que, tras abrir las historias de Instagram o Facebook, te topas con videos de gente pasándola bomba, todos abrazados y cantando. Y no, no sólo es una mesa, atrás se ven las demás igual. Contagios por doquier.
En resumen, el Gobierno deberá poner más atención a las medidas de seguridad e higiene —que no al abuso—. Pero los ciudadanos también debemos ser conscientes. Que haya camas para ti, no significa que todo esté bien. No querrás requerirla, créeme.
Todos al campo como Zipi y Zape
Gobierno y sociedad debemos encontrar el punto medio para retomar nuestras vidas. De tal modo que llegue el día en que saquemos nuestro canasto, metamos en él nuestro mantel a cuadros, hagamos tortilla de patatas, tomemos un chorizo, pan y una sidra o, si lo prefieren, un bocata de jamón serrano y otro de calamares acompañados de un vino del Duero, nos subamos a la bicicleta y salgamos al campo al puro estilo de Zipi y Zape.
¡Claro! También pueden ser unos tacos sudados de lengua y sesos con todo y un buen mezcal.
Publicado previamente en LJA.mx